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jueves, 27 de diciembre de 2012

Mi promesa


Dijo una vez el poeta que promesas no son promesas si no cuesta lo ofrecido. Me contaron que siendo muy niño, por razones de trabajo, llegó la Semana Santa sin poder regresar a orillas del Guadalquivir. Siempre volvíamos por aquellas fechas al hogar, para respirar esa fusión de azahar, incienso y cera que existe en Andalucía. Pero en aquella ocasión no fue posible. Mi padre nunca hablaba de ello, pero mi madre me explicó que aquél Miércoles Santo, cuando llegó la hora en que la cruz de guía debía pisar las piedras de Capuchinos, él se enclaustró en la celda de su cuarto y no volvió a salir hasta la mañana siguiente. Siempre pensé que debió ser duro, pero que quizás no fue lo suficientemente fuerte para afrontarlo, que en realidad “no era para tanto…”; hasta aquel extraño sueño…


Ya se sabe qué sucede cuando estamos en los brazos de Morfeo; desconozco los motivos, ni qué pedí a cambio, pero había hecho promesa de faltar a mi cita de cada primavera con mi túnica blanca, como uno más en el firmamento de luminarias que alumbran sus benditas pupilas. En mi sueño, llegaba el Domingo de Ramos con un intenso aroma a cofradía. Podía escuchar cornetas en la lejanía, respirar el relajante frescor de la mañana de abril y sentir el sonido del fleco de bellota golpeteando contra los varales de plata: De pronto, el domingo se convirtió en Martes Santo. Yo rezaba frente a su palio casi terminado, a expensas únicamente de la profusa ofrenda del florista de su edén errante, observando su gloria y fantaseando que la Señora imaginaba al humilde Rey de los Cielos navegando en un mar de sentimientos.

Súbitamente comencé a experimentar una indescriptible desazón. Había llegado el momento de cumplir mi promesa. Me invadió la angustia y la tristeza, y una erupción de lágrimas se derramó del volcán de mi alma, sintiéndome incapaz de inspirar. Y entonces, mi naturaleza se rebeló y mi espíritu fue consciente de que era imposible cumplir aquella promesa… y todo mi ser se desbocó en un arrebato de locura que me lanzó a una frenética carrera buscando sus orillas… rompí mi promesa… no pude hacerla realidad…

Me desperté con una extraña sensación, envuelto en el recuerdo de mi padre y la injusticia de mi dictamen emitido, de mi prejuicio. Y fui plenamente consciente del dolor que debió sufrir su corazón, porque él no pudo descontar la distancia y tuvo que tragarse el tormento y las lágrimas en silencio, en la soledad de su cárcel de lejanía…


Despierta Córdoba mía
bella princesa encantada.

Sabores de primavera,
palmas, domingo de Ramos,
incienso, flores y cera,
un redoble de tambores
y sonidos de cornetas.

Y entre el fresco aroma
de mi tierra, se respira
un amargo olor
de una promesa que cautiva
mi ansia de cofradía.

Y llora mi alma
pensando en el lento
caminar del nazareno
y un palio mecido
al son de Campanilleros.

El Martes Santo es preludio
de pasiones y delirios.

Vestida con blanco manto
espera en trono de Reina,
San Rafael entretanto
contemplando su belleza
se ha dormido allá en lo alto.

Sueña entre las flores
con el rostro de su hijo,
con su andar sereno
y con su paso entre el gentío,
y siente un escalofrío.

Lucen los claveles,
lirios y gladiolos
para Ti Paloma Blanca,
saetas y palmas,
Córdoba entera te canta.

Y la ilusión que se muere
entre penas concebidas.

Las lágrimas me caían
porque la Paz de María
llenaba otros corazones
y hasta el mío no alcanzaba
sino a través de oraciones.

La puerta cerrada,
 sólo yo con mi agonía,
pensando en silencio
quiero verte Madre Mía...
la promesa se rompía.

Loco fui a buscarles,
sin verte en la calle
Padre Mío no me quedo,
lo intenté Señora
y te juro que no puedo.

Te vi Señor caminando
quise sentir tu mirada.

Y me inundó la alegría
con las notas de una marcha,
y una saeta se oía
de una voz rota y gitana
que sonaba a Andalucía.

Y entre los clamores
de su barrio, mi Sultana
bailaba Rocío,
Jueves Santo Madrugada,
el pueblo ¡Guapa! gritaba.

Aquella promesa
la rompí sediento
de la Paz y la Esperanza
que brindó María,
llenando toda mi alma.

Mi promesa se rompió
que yo no puedo quedarme
separado de tu amor
se que sabrás perdonarme,
culpable fue el corazón.


Guillermo Rodríguez








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