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domingo, 17 de febrero de 2013

Getsemaní


Llegaron a un lugar llamado Getsemaní. Y dijo Jesús a sus discípulos: “Sentaos aquí, mientras hago oración”. Y se llevó a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, y comenzó a entristecerse y a sentir angustia. Entonces les dijo: “Mi alma está triste hasta la muerte. Quedaos aquí y velad conmigo.” Y adelantándose un poco, se postró rostro en tierra mientras oraba diciendo: “Padre mío, si es posible, aleja de mí este cáliz; pero que no sea tal como yo quiero, sino como quieres Tú.”

Volvió junto a sus discípulos y los encontró dormidos; entonces le dijo a Pedro: “¿Ni siquiera habéis sido capaces de velar una hora conmigo? Velad y orad para no caer en tentación; el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil.”


De nuevo se apartó, por segunda vez, y oró diciendo: “Padre mío, si no es posible que esto pase sin que yo lo beba, hágase tu voluntad.”

Al volver los encontró dormidos, pues sus ojos estaban cargados de sueño. Y, dejándolos, se apartó una vez más, y oró por tercera vez repitiendo las mismas palabras. Finalmente, regresó junto a sus discípulos y les dijo: “Ya podéis dormir y descansar... Mirad, ha llegado la hora, y el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. Levantaos, vamos; ya llega el que me va a entregar.” Mt 26, 36-46

Mirando al Cielo con los brazos abiertos y el alma desnuda implorando ayuda, orando para tener la fortaleza precisa para soportar el amargo cáliz que se cierne sobre ti. Es tan pesado el madero que has de llevar sobre tus hombros que aún siendo hijo de Dios, en tu grandeza infinita sufres un instante de debilidad, de humanidad.  Y ruegas por alejar la penitencia y el dolor… Y es la oración la que te devuelve la valentía de hacer lo que el destino te depara… ofrecerte por salvarnos del abismo, por alumbrarnos e iluminar nuestras existencias…

 Getsemaní
bajo una lluvia de rezos.

Hágase tu Palabra en mí
por amargo que sea el cáliz
sabes que no me voy a rendir...
Jesús Hombre confesaba al Padre
su temor en Getsemaní.

Orando entre los olivos,
sufriendo por el destino
que tras la puerta aguardaba,
pidió fuerza al saberse cautivo
para enfrentar el mañana.

Para salvar a los hombres
halló el valor en el alma
y olvidando el horizonte
quiso cumplir la Palabra...
los designios de Dios no se rompen...


Guillermo Rodríguez




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