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domingo, 10 de marzo de 2013

Madre e hijo

Junto a la cruz de Jesús, estaba su Madre y la hermana de su Madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la Madre y cerca de Ella al discípulo a quien Él amaba, Jesús le dijo: "Mujer, aquí tienes a tu hijo". Luego dijo al discípulo: "Aquí tienes a tu Madre". Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa. Jn 19 25-27

Maldita la crueldad humana, la iniquidad y la indolencia. Maldita la Tierra entera por consentir impunemente los siete puñales que se clavan en el corazón de una Madre desolada a los pies de su hijo agonizante…

Te miré la frente ensangrentada envuelto en mis pesadillas… pude sentir el escalofrío y respirar la humedad latente de los instantes en que empiezan a caer las primeras gotas de la lluvia de primavera. Observé el brillo en la mirada de María intentando imaginar lo que sentían sus entrañas… pero era imposible abarcar desde la orilla la dimensión del drama.


Y entonces, tu impresionante fortaleza asombró de nuevo mi espíritu vencido a la tragedia. Mientras la muerte te pretendía seducir, la miraste y le hablaste, convirtiéndola en guía de toda la humanidad… y hablaste a Juan, el que llaman el amado, y en su persona simbolizaste al rebaño que precisa de la mano de su Pastora. Porque Ella es faro para la embarcación en que navegamos por el océano de la tribulación, y es el oasis en que descansa el cansancio del devenir peregrino, y el asidero para el espíritu empujado al abismo de la duda… La luz que alumbra el sendero cuando la confusión nos atrae…

Y tu Madre se convirtió en nuestra Madre…


Nació el Verbo de sus labios
y les dijo tiernamente
al Discípulo más amado
y a María envuelta en llanto
consoladoramente...

He ahí tu Madre,
la que se desvela cuando no has llegado,
y daría su propia sangre
por tenerte resguardado
de lluvias y temporales.

Mira en Juan al hijo,
que cuida al rosal donde bebió la vida,
regalándote el cariño
y si el llanto te castiga...
busca en él nuevos respiros.

Y protege con tu manto
a tanto desheredado
que penando en sus desvelos,
sueña tu Divino Amparo
que es Rocío de los Cielos.


Guillermo Rodríguez





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