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domingo, 7 de abril de 2013

El Cristo de Mena. La destrucción en la IIª República

El Cristo de Mena constituye sin lugar a dudas una de las imágenes devocionales más importantes de la Semana Santa de Málaga. Sin embargo y a pesar de su popular denominación, el actual Cristo no es el original. Los terribles sucesos que se desarrollaron en gran parte de España en general y en Málaga, Sevilla o Córdoba en particular, durante la democrática, ejemplar y pacífica IIª República Española, provocaron la destrucción de patrimonio religioso y artístico de incalculable valor. Conventos, colegios, retablos, pasos, tronos... Imágenes... fueron pasto del odio y de las llamas.

El presente artículo es una recopilación de textos cuya referencia se indica tras cada uno de los epígrafes y cuya fuente original rogamos consultar, en particular el excelente blog http://malaganoesololalameda.blogspot.com.es que tal y como indica en su presentación "intenta recabar imágenes de la Semana Santa de Málaga que ya no se procesionan. Especial referencia a aquellas que fueron destruidas en los sucesos del mes de Mayo de 1931, significando el fin de una etapa brillante en la que se había producido la fundación de la Agrupación de Cofradías".






EL CRISTO DE MENA

La imagen del Cristo de la Buena Muerte y Ánimas fue bendecida en 1942, año en que se produjo su primera salida procesional, en una etapa difícil y de reconstrucción de la Semana Mayor malagueña, tras los tristes sucesos de mayo de 1931 en que la talla primigenia desapareció y supuso un antes y un después para la mayoría de las corporaciones nazarenas. Este hecho supondría un fuerte varapalo para la Congregación, que aún hoy no se ha esclarecido –producto de la leyenda– y que pareció resurgir de las cenizas con el actual crucificado que talló el escultor malagueño Francisco Palma Burgos.


La escultura, que costó 30.000 de las antiguas pesetas y sufragadas por un grupo de congregantes, es una reinterpretación del original, como si el escultor Pedro de Mena hubiera guiado las manos de Palma desde el cielo. Es lo que algunos han llamado la recreación admirable de lo único, la recreación del Cristo de Mena, aunque no es una copia exacta. Las diferencias entre ambos Cristos son obvias: el de Palma presenta unas proporciones un poco más grandes, la pierna izquierda descansa sobre la derecha (en el de Mena es al contrario), tiene los cabellos de forma distinta y el anudado del paño de pureza lo tiene en el lado derecho, mientras que Mena lo talló en la parte izquierda. Pero en líneas generales coinciden la plástica de la escultura y el tamaño de los brazos, que son más cortos con respecto al resto de la imagen. A pesar de todo ello, el Cristo continúa llamándose de Mena recordando al que desapareció, y que dio y da nombre y se le conoce popularmente, desde sus orígenes, a esta cofradía. En 2008 fue restaurado por Maite Real Palma, que realizó los trabajos de limpieza y recuperación del mismo.

El rostro del crucificado de Palma representa la muerte personificada. Tiene la boca entreabierta y se le aprecian los detalles de los dientes y la lengua. Por las sienes cae la sangre de la corona de espinas (que un congregante elabora cada año y que se le impone antes de la salida procesional) hasta empapar y enlazar los cabellos rizados. Las manos y los pies, desfigurados. Los brazos y las piernas están amoratados. Los ojos inertes. El reguero de sangre fluye por todo el cuerpo, del mismo modo que el que mana de la herida del costado derecho. Cristo pende de una cruz arbórea yerto, aunque su cuerpo, de complexión fuerte, irradia amor. Todo está consumado. Una imagen que impresiona, que impacta. Todo una lección de anatomía, según describe el doctor Aurelio Díaz en su estudio anatómico de la talla, que es de estilo neobarroco. Un Cristo al que le han hecho peticiones miles de malagueños.

El conjunto de esta representación pasionista lo completa la figura de María Magdalena, que arrodillada, llora desconsolada a los pies del Santísimo Cristo. No puede comprender como Jesús ha acabado en la cruz. También obra de Palma Burgos en 1945, forma el Calvario tradicional anterior a 1931 y presenta una larga cabellera suelta sobre la que circunda una aureola. En 2006 fue restaurada por Estrella Arcos, que llevó a cabo una profunda labor para devolverle todo su esplendor original.



LOS SUCESOS

El 11 y 12 de mayo de 1931 Málaga escribió una de sus páginas más tristes de su historia. La mecha se prendió un día antes en Madrid. En el Círculo Monárquico Independiente, un grupo de republicanos se enfrentó a algunos partidarios del huido rey Alfonso XIII cuando éstos pusieron la Marcha Real en un magnetofón situado en un balcón. Instantes después, las ventanas de la residencia de los jesuitas de la calle Flor expulsaban lenguas de fuego y los republicanos se dirigieron a atacar al diario ‘ABC’, defensor de la Monarquía. A partir de ahí, las chispas de la barbarie fueron saltando a otras ciudades como Córdoba o Alicante. Sin embargo, en ninguna de ellas alcanzaron la virulencia y las consecuencias de Málaga, como afirma el historiador Antonio García Sánchez. Una ciudad que en dos días perdió gran parte de su patrimonio artístico, religioso, cultural y documental con siglos de existencia.

La tarde del lunes 11 de mayo, las calles del Centro Histórico bullían de gentes llegadas desde todos los puntos de la ciudad al rebufo de las noticias que la prensa traía de lo acontecido en Madrid. Algo se mascaba en el ambiente y se materializó con los primeros sucesos, que tuvieron lugar en los conventos del Servicio Doméstico, Barcenillas y la Sagrada Familia, en la zona de la Victoria. La actuación de la autoridad civil, encarnada en aquel momento en el presidente de la Diputación, Enrique Mapelli, ante la ausencia por viaje a Madrid del alcalde, Emilio Baeza, y el gobernador civil, Antonio Jaén Morente, evitó que se produjeran daños. Sin embargo, aquello sólo fue un espejismo.

Sobre las 23.00 horas, la locura se desató. Siguiendo el fiel reflejo de lo ocurrido en Madrid, la residencia de los jesuitas fue el primer objetivo de las iras del pueblo. Una gran pira frente a la iglesia del Sagrado Corazón consumía muebles, objetos litúrgicos, imágenes… Después, el edificio era pasto de las llamas. El siguiente objetivo fue el Palacio Episcopal, «el símbolo del poder espacial del clero», como lo define el historiador José Jiménez Guerrero en su obra ‘La quema de conventos en Málaga. Mayo de 1931′. Le siguieron el periódico monárquico y conservador ‘La Unión Mercantil’ y la parroquia de Santo Domingo, en el barrio del Perchel.

«A pesar de que tenían otras iglesias cercanas en el Centro, cruzaron el puente y se fueron a Santo Domingo porque estaba en un barrio obrero y porque allí tenían su sede las dos cofradías más emblemáticas de Málaga: la de la Esperanza, vinculada a personas de relevancia política y social, y Mena, que tenía la imagen del Cristo que era el símbolo de la Semana Santa», cuenta Jiménez Guerrero, para quien hubo «una premeditación» a la hora de actuar.

Después, se atacaron hasta 40 edificios entre conventos, iglesias, colegios religiosos, el almacén de alimentos de la familia Kreisel en la calle Don Iñigo o el propio diario conservador. La declaración del estado de guerra el día 12 por la mañana fue el primer paso para la normalización, aunque se siguieron produciendo episodios violentos. Imágenes de escultores como Pedro de Mena o la escuela malagueña del siglo XVIII, cuadros de Alonso Cano, documentos (registros de bautizos, bodas y fallecimientos), elementos litúrgicos y los propios inmuebles (las iglesias de la Merced y la Aurora María desaparecieron para siempre) fueron pasto de las llamas de la intolerancia.



El STMO. CRISTO DE LA BUENA MUERTE Y ÁNIMAS

Obra de Pedro de Mena y Medrano en el siglo XVII (probablemente después de 1663).


Considerada como la obra cumbre en la historia del Crucificado de la escultura española, significando la pérdida de mayor relieve de todos los tiempos  de la Semana Santa malagueña.

El erudito y pintor Antonio Palomino en 1724 ("Vida de artistas españoles") señaló por primera vez la paternidad de esta obra, atribuyéndola a Pedro de Mena y Medrano; le fue encargada por el obispo, el dominico Fray Alonso de Santo Tomás, con quien guardaba una gran amistad. El artista granadino ejecutaría la obra una vez terminado su trabajo en la sillería del coro de la Catedral de Málaga, por tanto entre 1658 y 1662. Sin embargo, cierto sector opina que fue después de 1663, al volver de su viaje a Madrid donde vio el Crucificado de Montserrate de Alonso Cano, que le sirvió de inspiración dadas determinadas similitudes entre ambas imágenes.

El encargo era para la sala de profundis o capítulo de culpas del convento dominico. Pero cambió de ubicación desconociéndose el año exacto. Pudo producirse el referido cambio en torno a 1790, cuando se acometieron en la mencionada sala unas reformas. El nuevo lugar donde se colocó la imagen fue en la parte alta del retablo de madera del Altar Mayor de la ya parroquia de Santo Domingo.

Allí estuvo hasta el año 1883, año en el que fue, podemos decir, encontrada por el padre jesuita Moga. Entendió que quizá se trataba de la imagen a la que se había referido el erudito Antonio Palomino en su obra, y que se atribuía a Pedro de Mena. Ordenó que fuera descendida, comprobándose el deficiente estado de conservación en el que estaba, faltándole dedos de las manos y de los pies. Se aprobó su restauración por la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo; esta restauración fue llevada a cabo por el profesor Antonio Gutiérrez de León, que era hermano de la Archicofradía de la Sangre. Restaurado, fue colocado en la segunda capilla de la nave derecha, contigua a la de Ntra. Sra. Soledad. La Hermandad del Stmo Cristo de la Buena Muerte decidió permutarla con su primera imagen Titular que probablemente pasó al Altar Mayor. Comenzó a conocerse como el Cristo de Mena, generando rápidamente una fuerte corriente devocional. A ella no escaparon los jóvenes de los barrios de la Trinidad y el Perchel, siendo conocidos en un principio como los "niños de la Mena" y posteriormente como "menosos"; este calificativo según Orueta "se da en Málaga a los jóvenes del pueblo que se distinguen por su vida desarreglada y por el cuidado excesivo que ponen en sus personas".


Para la Hermandad supuso una importante revitalización; tal es así que decidió procesionarla en 1884. Sin embargo, este empuje fue temporal, languideciendo la Hermandad en los últimos años del siglo XIX y principios del XX.

En 1914 en la rebotica de Esteban Pérez-Bryan Souviron, se estaban manteniendo las primeras conversaciones  para una futura fusión con la pujante, relevante e histórica Cofradía de Ntra. Sra. de la Soledad. El 16 de junio de 1915 ambas celebraron Cabildos por separado, y pocos meses después, el 22 de agosto, se constituía oficialmente la Congregación actual; se aprobaron los primeros estatutos y fue nombrado Hermano Mayor Ricardo Gross Orueta, marqués de la Casa Loring y presidente por entonces de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo de Málaga.

En la Semana Santa de 1916, el Cristo de Mena volvía a las calles de Málaga.


A partir de 1925 la Congregación tuvo una feliz idea. Decidió  colocar la imagen del Stmo. Cristo de la Buena Muerte y Ánimas, desde el inicio de la Semana Santa, sobre un catafalco a fin de que muy de cerca pueda orarse ante él y admirar a la vez las innumerables bellezas de tan rica joya de arte... puede decirse sin temor a exageración, ha desfilado ante ella toda Málaga, siendo tal la aglomeración de fieles en la capilla que hubo momentos que el tránsito se hacía difícil por la misma. La admiración devocional, junto con la artística, del Cristo de Mena se ponía de manifiesto en el número de visitas que se le rendían. En esa Semana Santa de 1925 presiden la procesión, gracias a la intermediación del Hermano Mayor Félix Sáenz Calvo, el Jefe del Estado, Miguel Primo de Rivera, que llegó acompañado por el General Sanjurjo y el entonces Coronel Francisco Franco, quien estaba al mando del Tercio de Extranjeros. Pero fue bajo el mandato de Joaquín Mañas cuando se produjo la primera guardia legionaria en el año 1927. Según Elías de Mateo, en 1928 la Legión Española (aún con la denominación de El Tercio) nombra al Stmo. Cristo de la Buena Muerte su Santo Protector, escoltándolo por primera vez en la procesión en 1930. La unión entre El Tercio y la Congregación era cada vez mayor.



En 1931 el Cristo de Mena protagoniza por segunda vez, la primera fue en 1927, el cartel de la Semana Santa, obra del gaditano Francisco Hoheleiter y Castro.


Pero el Jueves Santo de 1931 fue distinto, la situación política era otra. "A la hora en punto de las doce...Mena avanza por delante de la tribuna detrás de los tambores y las cornetas de los Caballeros del Tercio...Todos los años, la bizarra tropa que viene desde África a su procesión, es objeto de aclamaciones delirantes; pero el ambiente de esta noche le es hostil. Un aplauso que alguien inicia provoca estridor de silbidos y murmullos adversos. Entre la turba se escuchan expresiones reprobatorias, y algunos puños se levantan sobre el nivel de las cabezas. Frío glacial lo invade todo...El Cristo aparece en su trono de entalladuras hiperbólicas y varales dorados, y entre las lámparas de floraciones luminosas encubre el oro viejo de las tulipas; y se detiene majestuoso."(Las vestiduras recamadas, Salvador González Anaya, 1932).

El ambiente existente, aunque hostil, no podía presagiar todo lo que sucedería poco más de un mes después. El Cristo de Mena desapareció en el asalto e incendio de la parroquia de Santo Domingo en la mañana del 12 de mayo de 1931. Figuró en la relación de pérdidas elaborada por el académico Bermúdez Gil; incluso, Juan Temboury en una carta que remitió en 1935 al que fuera Alcalde de Málaga, Emilio Baeza, afirmaba que "en medio de la vía pública se organizaron hogueras a las que, con toda tranquilidad, se arrojaron los cuadros de Manrique y Niño de Guevara y esculturas tan maravillosas como el Cristo de Mena".  Las palabras de Félix Revello de Toro son elocuentes: "Recuerdo que mi padre llegó llorando a la casa. Yo, pese a mi corta edad, sabía que algo muy malo estaba ocurriendo y me escondí debajo del sofá. 'Han quemado al Cristo de Mena. Lo han quemado sin que nadie hiciera nada por evitarlo...¡Qué horror, qué pena, que desastre!' Esas fueron las palabras de mi padre y rompió otra vez a llorar abrazado a mi madre. En la calle había mucho ruido y el olor a quemado era insoportable...".

Sólo pudo salvarse, gracias a Francisco Palma García, una pierna de esta imagen. La que causa la admiración de cuantos la ven (Antonio Palomino, 1724). En la que pocas veces conseguirá el arte andaluz morbidez más suave, contornos más puros y proporciones más ajustadas y más hermosas (Ricardo Orueta, 1914). La que representaba el punto cumbre de la evolución de la imagen de nuestro Redentor con un prodigioso equilibrio entre lo humano y lo divino, convirtiendo ambas naturalezas en armónica igualdad; la exacta representación del Dios y hombre verdadero, de la encarnación del hijo de Dios (Juan Temboury, 1945).





LA LEYENDA

Existe en la memoria colectiva malagueña un tema que goza de especial atractivo, sobre todo en la órbita cofrade: la suerte que corrió la imagen del Cristo de la Buena Muerte y Ánimas. Desde el mismo momento de su desaparición circuló la noticia de su posible salvación y de su ocultamiento en algún lugar nunca especificado. Uno de los argumentos más repetidos para apoyar esta tesis radica en el hecho de que nunca se encontraron los restos quemados de la popular imagen. Sólo, es conocido, se salvó una de sus piernas, gracias a la intervención del escultor imaginero antequerano Francisco Palma García.

Los rumores sobre la salvación y pronta aparición de la talla del Crucificado alcanzaron tal relieve, sobre todo cuando de ellos se hicieron eco personas de relevancia, que en 1932, el presidente de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo, Salvador González Anaya, aunque resaltaba su pesimismo, encomendó al académico Francisco Palma García que, «ante la persistencia de rumores sobre la existencia del Cristo de Mena», realizase las gestiones oportunas para averiguar lo que había de cierto. No faltó la publicación de artículos en la prensa, firmados por ciudadanos, reseñando la circunstancia de la salvación, y en sentido contrario. Sin embargo, los datos documentales que se han podido recabar avalan la tesis de la destrucción de la imagen.

La versión policial participaba en estos extremos tal y como se acreditaba en un documento, fechado el 15 de mayo de 1931, que el comisario jefe de la Policía de Málaga, Ricardo Gordián, remitió al juez instructor, teniente coronel Ángel Aguilera Gallo, que entendía sobre el sumario de diligencias previas abierto contra conocidas personas de ideología comunista de la Málaga de la época. En él, al referirse a la intervención del concejal Andrés Rodríguez señalaba que: «Fue el que capitaneó los grupos que asaltaron, saquearon e incendiaron la Iglesia de Santo Domingo; y al decirle un individuo que aún no se había podido averiguar si se había quemado la Imagen del Santo Cristo de Mena, contestó que allí se quemaba todo». Esta afirmación quedaría sin valor efectivo ya que a petición del juez instructor la causa fue finalmente sobreseída.

Incluso, la aportación realizada desde la familia Palma incide en el hecho de la destrucción. Y lo hace, especialmente, a través de una carta remitida por Francisco Palma Burgos a su hermano José María en la que le narraba ciertos detalles que le habían sido relatados por Julio Trenas, amigo de la familia, acerca de lo acaecido aquella aciaga noche. Según su informe, el imaginero Palma García, ayudado por uno de los jefes del servicio de Bomberos, apellidado Ramírez, «descolgó al Cristo, y le rompió los brazos (...), los unió al cuerpo, lo envolvió con el manto de la Virgen (...) y entre humos, crujidos y ruinas de hecatombe quedó en su tumba a esperar su nueva resurrección. Unos soldados que estaban en la puerta les prometieron no abandonar la iglesia. Más tarde hubo una nueva orden (…) y entraron y quemaron el Cristo. Aquí hay un lapso de tiempo que se prestó a dudas que alguien entrara y lo robara, pero desgraciadamente se quemó....».

Y volvemos al principio. ¿Es que realmente la imagen del Cristo de Mena fue salvada y permanece oculta en algún lugar? Y, caso de su destrucción ¿cómo no fueron hallados los restos calcinados? ¿Se debió esta circunstancia al hecho de que la destrucción del templo fue de tal envergadura que los derrumbes hicieron inviable la localización? O, tal vez, no se difundió la noticia aunque sí habían sido localizados.

Hoy podemos aportar el hallazgo de un documento que avala que sí aparecieron los restos carbonizados de la imagen. Se trata de una carta manuscrita del erudito malagueño y académico Narciso Díaz de Escovar que envió a su amigo Miguel Ruiz Borrego, narrándole algunos de los hechos ocurridos en Málaga durante los días 11 y 12 de mayo de 1931. Miguel vivía en Madrid. La relación de amistad arranca desde el tiempo en el que fue profesor de la Escuela de Arte y Declamación, entidad que fue fundada por su tío José, junto con Arturo Reyes y el propio Díaz de Escovar.

A pesar de que la carta a la que hemos aludido no está fechada, hemos concretado que se realizó una semana después de los acontecimientos, el 18 de mayo. La pista la ofrece el propio autor al afirmar en una de sus frases que «ayer se abrieron las pocas iglesias que han quedado para decir misa», hecho que sucedió el domingo 17 de mayo.

El texto es el siguiente: «Querido Miguel: han pasado varios días y créeme que aún estoy como atontado recordando a todas horas las escenas horrorosas que presencié, el incendio de la Merced, el asalto de la Aurora y aquellos grupos de forajidos en la embriaguez del odio y de la destrucción. Como académico de Bellas Artes, soy uno de los designados de recoger entre lo que devuelven los restos de riqueza artística y no hay nada que valga la pena. Lo bueno está destruido o guardado. Se llevan los objetos al Parque de Segalerva y allí se ha llenado hasta el techo dos magníficos salones. Se calcula lo entregado en unos 80.000 objetos y aún siguen llevando o poniéndolos en portales y calles. Las iglesias incendiadas, o completamente saqueadas, son de 30 a 40 y los santos que se calculan quemados en unos 2.000. El daño pasa de muchos millones.

El Cristo de Mena que se creía salvado, pues lo escondieron entre paños unos hermanos en un almacén, se quemó luego. Han aparecido los carbones. Palma salvó una pierna y mi sobrino tiene un pié casi carbonizado, pero se ve el hueco del clavo y se conservan dos dedos. El San Juan de Dios de Santiago, la Dolorosa de los Mártires, la Virgen de San Pablo, el Señor de la Puente, la Exaltación... todo quemado. Hoy me han dicho que en la Trinidad quemaron todas las imágenes y por tanto habría perecido la magnífica Virgen de la Paz de Ortiz y el notable San Onofre, escultura del siglo XV.



Ayer se abrieron las pocas iglesias que han quedado para decir misa (el Sagrario, Capilla Castrense, Victoria, Hospital Noble y Capuchinas). No se cabía de gente, entre ellos muchos hombres. Los templos saqueados han sido tapiados pues todos están llenos de pedazos de retablos y de astillas, siendo fácil que pudieran de nuevo formar hogueras. Se dice que hoy será el juicio sumarísimo de los que incendiaron el Asilo del Niño Jesús. La cárcel está llena y se habla de enviar a Chafarinas a mucha gente. Entre los detenidos está el médico Bolívar y el concejal Rodríguez. Las tropas continúan en las calles en retenes y patrullas.

Los bomberos han sido héroes. Lo merecían todos y Málaga no sabe qué hacer con ellos. Han estado trabajando sin cesar desde el lunes al sábado. Es inútil pensar en procesiones. No han quedado ni imágenes, ni mantos, ni túnicas, ni tronos. ¡Ay de nuestro Señor de Viñeros, que antes de ser quemado lo tiraron del camarín al suelo! Al Cristo de Mena le daban bofetadas diciendo ¡ahora que vengan los legionarios a darle guardia! La Virgen de los Remedios y la Piedad ardieron. A la Virgen de Servitas la salvó la noche antes Ricardo Gross, ¡qué espectáculo nos esperaba para nuestra Virgen!».





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