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viernes, 4 de julio de 2014

De capataces y costaleros: Historia de un oficio (VIII)


Comprobamos cómo la Hermandad de la Caridad ofrecía a la cuadrilla de Antonio Sáez Pozuelo un importe adicional al de los jornales, en concepto de gratificación. Esta costumbre estaba muy extendida e incluso podemos llegar a pensar que se mantiene a día de hoy, pues si se ha perdido como tal es habitual que las hermandades ofrezcan un bocadillo y un regreso al finalizar la Estación de Penitencia a sus costaleros.


A este respecto podemos recordar cómo la Hermandad de la Misericordia entregaba a Rafael Sáez Gallegos 25 pesetas en 1952 para una invitación posterior a la salida procesional, con la que se cubría holgadamente una primera ronda para los 24 costaleros, pertiguero y capataz. Esta invitación se hacía en la taberna El Brasero, ubicada en la calle El Poyo.

Cuatro años más tarde su padre se hace cargo del paso de palio de la misma hermandad, entregándole 30 pesetas para la preceptiva invitación y refresco, que en este caso se tomaba en la hoy desaparecida taberna Villoslada, en la plaza de San Pedro esquina con la calle del Sol.

Gratificaciones que se mantuvieron, como hemos dicho, a lo largo del tiempo, y que podemos comprobar en el siguiente contrato firmado entre Antonio Sáez Pozuelo y la Hermandad de la Misericordia y que, gracias a Antonio Varo Pineda, hemos podido conocer. Se trata de un contrato firmado el 9 de marzo de 1961 entre Francisco Melguizo Fernández, diputado general de cultos y procesión de la Hermanda de la Misericordia, y el citado capataz con vistas a regular la procesión del Miércoles Santo de dicho año.


En dicho contrato comprobamos cómo se mantiene una "gratificación para convite en carrera" de 300 pesetas, lo cual se materializaba con un medio de vino en la taberna "La Manzanara" situada en la esquina entre Cruz Conde y Manuel de Sandoval. El motivo de realizar en esta taberna la parada "oficial" no es otro que la necesidad de buscar un lugar fuera de la Carrera Oficial para hacerla, toda vez que con anterioridad se hacía en la confitería La Perla, situada en la Calle Gondomar, provocando largos retrasos y parones.

Sin embargo estas parada "oficial" no estaba reñida con la verificada una vez finalizada la procesión, la cual se mantuvo durante muchos años si bien a cuenta del bolsillo particular del propio hermano mayor.

Continuando con dicho contrato, es curioso ver cómo en el mismo se regulaba en el segundo artículo el itinerario a recorrer, lo cual es lógico si pensamos que estas labores eran consideradas una trabajo o una "prestación de servicio", como el propio contrato lo denomina en la clausula novena.

En esta época los "capataces de paso", denominados así para diferenciarlos de la figura del capataz de costaleros de la que hablamos anteriormente, ya cobran algo más que los propios faeneros o costaleros, como ya se les denomina en Córdoba; aunque aún muy lejos de los importes cobrados en Sevilla. En concreto el salario para un capataz en Córdoba ascendía a 325 pesetas, mientras que en Sevilla podía alcanzar las 2.000 pesetas (según el contrato de 1965 de Salvador Dorado Vázquez con la Hermandad del Dulce Nombre). La figura de contraguía, aparecida en esta hermandad de las primeras en Córdoba, se pagaba a 150 pesetas, a diferencia de las 375 pesetas cobradas por los de Dorado Vázquez. Curiosamente en ambos casos las cantidades pagadas a los contraguías coinciden con las pagadas a los costaleros.

Llama igualmente la atención la obligación por parte de la hermandad de suscribir un seguro (no olvidemos que es un trabajo lo que se regulaba en estos contratos) así como lo establecido en la clausula octava, donde se prohíbe expresamente mecer los pasos, así como fumar, comer o beber durante la prestación del servicio.

 David Simón Pinto Sáez


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