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martes, 5 de agosto de 2014

Encontrado un documento que atribuye a Astorga la Virgen de las Nieves de Los Palacios


Huele a nardo puro… Cada 5 de agosto, mientras suenan de fondo los acordes del viejo órgano parroquial recuperado por José Manuel Caro, ese olor es el perfume de excelencia que desprende la Santísima Virgen de las Nieves, titular de la parroquia de Santa María la Blanca de Los Palacios y Villafranca, de la que es su patrona desde tiempo inmemorial. Curiosamente, un altísimo porcentaje de imágenes marianas que ostentan el patronazgo de multitud de ciudades y municipios de Andalucía (casi el 80%) resultan ser obras anónimas, de las que no se conoce con exactitud el escultor que las hizo, ni tan siquiera su precisa datación. En unos casos la antigüedad remota de la talla, en otros la falta de documentación o, muchas otras veces, hasta la falta de trabajos de investigación han impedido probar, con rigor, las paternidades de estas producciones artísticas. Pues bien, esto mismo sucedía con nuestra Virgen de las Nieves, de la que los expertos llegaron a advertir en esta imagen de candelero, hecha para ser vestida, ciertas resonancias estilísticas propias de la escuela barroca sevillana. 


Un escrito elevado a la secretaría de cámara de la Iglesia hispalense por el entonces párroco de Los Palacios, don Juan García Criado, que hemos encontrado en la sección de Asuntos Despachados del Archivo General del Arzobispado de Sevilla, nos ha servido para descubrir la identidad del artista que talló la de Los Palacios. El 19 de abril de 1864 se fecha el decreto firmado por el cardenal don Luis de la Lastra, a la sazón Arzobispo de Sevilla, autorizando que la imagen pudiera ser traída a la capital con el fin de que se le repararan unos importantes deterioros que presentaban su rostro y sus manos. Todo este empeño de renovación se enmarca dentro del conjunto de obras de remodelación emprendidas aquellos mismos años en el templo parroquial, con la ampliación, inclusive, del retablo mayor (1865). La venia arzobispal dispensaba el traslado de la Virgen al taller de Astorga y la inversión de 700 reales para poder costear los trabajos de restauración del dinero de la parroquia. Como Juan de Astorga había fallecido en 1849, no cabe duda de que la imagen se puso en las manos de su hijo, Gabriel de Astorga y Miranda.

La primitiva a la que se le rindió culto como patrona, aquella de transición del último Gótico al Renacimiento, para la que documentamos la entrega en 1530 de un cuerpo de paños, parece ser que aún continuaba venerándose en el altar principal durante los años centrales del siglo XIX. Esa fue la que se llevó a Sevilla. Sin embargo, el artífice sevillano terminó realizando una imagen completamente nueva que reemplazó a la antigua. Cuando regresó a Los Palacios evidenciaba una manifiesta renovación fisonómica y no era la de antes. Ésta de ahora contenía una impronta similar a la empleada por Gabriel de Astorga en uno de los modelos de vírgenes de gloria que él mismo se encargó de seriar. Tan sólo basta comparar la nuestra con alguna otra de las que posee el escultor, dispersas por el occidente andaluz, para corroborar su parentesco y confirmar que estamos ante una imagen de nueva hechura. Y es que casi clónicos parecen los rasgos que, por ejemplo, mantiene las Nieves con la Virgen de la Esperanza del municipio onubense de Hinojos, firmada por el propio Gabriel de Astorga en la base de su candelero y fechada, para más inri, el mismo año que realizó la de Los Palacios. Precisamente, ambas imágenes cumplen su 150º aniversario existencial (1864-2014). De todos modos, ha podido certificarse con objetividad que la intervención consistió en crear una nueva, descartándose que acometiese labor alguna de restauración. En este sentido, fue determinante el estudio radiográfico practicado sobre la imagen por el profesor de la Facultad de Bellas Artes de Sevilla, Juan Manuel Miñarro, en 1996. Los resultados del análisis aclaran que fue concebida de modo ex profeso. Ni el volumen craneal de la efigie ni sus manos contienen señales de modificaciones, huellas de clavos o ensambles de supuestas recomposiciones. Está completamente inmaculada, nunca mejor dicho, libre de elementos añadidos. La adquisición, en aquellos días, de nuevas piezas de orfebrería (corona, cetro y ráfagas de estilo imperial, punzonadas por el platero Palomino) y ciertas joyas (zarcillos) evidencia la necesidad que impuso la nueva efigie en el adorno de nuevos complementos y atributos. Además, aquel año de 1864 estrenó un nuevo manto, ajustado a las medidas modificadas, que se sufragó con el dinero de la fábrica parroquial después de haberlo peticionado también el cura párroco García Criado, en la misma instancia que reclamó la oportuna dispensa eclesiástica para trasladar la patrona a Sevilla.

Estamos ante una imagen de candelero, para vestir, de unas proporciones no muy exageradas, ligeramente superiores a la académica, de ceñido talle que luce una carita algo aniñada, fina como nácar. En su semblante figuran, equilibradamente dispuestos, unos labios cerrados con gesto glorioso, nariz redondeada y ojitos de cristales femeninamente silueteados por finas cejas arqueadas. La figura muestra una cualidad peculiar de los Astorgas. La cabeza queda levemente inclinada hacia uno de sus hombros, tal como habituaba a distinguir muchas de sus producciones marianas su mismísimo padre, Juan de Astorga. Es probable que Gabriel, cuando recibió el encargo de Los Palacios, tuviese muy presente la Virgen de las Nieves de Santa María la Blanca de Sevilla tallada por su progenitor hacia 1832. Ciertas gestualizaciones plásticas de la nuestra, como el modo de encarnar la alegría mediante la leve inflexión de los surcos del rictus, seduce y enamora el corazón de quien se fija en ella. Pero el verdadero éxito cosechado por Gabriel de Astorga es haber logrado metaforizar en el espejo de la cara de la patrona también de nuestro paisano Joaquín María de la Blanca Romero Murube -bautizado así en su memoria-, la capacidad de proyectar a través de su sonrisa toda la luz, el sol y la esencia misma de Los Palacios y Villafranca. 








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