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viernes, 19 de septiembre de 2014

Hemeroteca: Coronación de luz en la Amargura por Antonio Burgos


Es como el milagro de la sangre de San Genaro, pero a la sevillana. Ocurre el mismo día en que en su catedral de Nápoles se licúa la sangre del santo obispo martirizado por Diocleciano. Es el mismo 19 de septiembre. Aquí no se licúa sangre alguna de mártir, sino que la luz corona a la Virgen.

Ocurre en la iglesia de San Juan de la Palma.

Ocurre cada 19 de septiembre.
  
Ocurre exactamente a las ocho menos cuarto de la tarde, cuando el sol se va poniendo por el Patrocinio. A esa hora de ese día de San Genaro, a las ocho menos cuarto, ni más ni menos, los estrelleros sublimes de Sevilla, los astrónomos de nuestros íntimos secretos, que barruntan la primera luna de la primavera por los nocturnos tambores que ya suenan, tienen establecidas las coordenadas del milagro de la luz.

A esa hora, por una ventanita que da a la plaza de San Juan de la Palma, entra un rayo del sol poniente dentro de la iglesia. Ni entró el día anterior ni habrá de penetrar el siguiente. Ni cuando el sol estaba saliendo por el olor de pan nuevo de Alcalá ni cuando estaba alto y dejaba sin sombra a la Giralda. Entra precisamente ahora, a las ocho menos cuarto de la tarde. Hoy. Penetra por esa ventana con mayor velocidad que la que los físicos atribuyen a la propagación de la luz.

Impaciente. El rayo de sol entra por esa ventana y no por otra, ese día justo, a esa hora exacta, porque sabe que entonces y sólo entonces va a iluminar durante un instante, fogonazo de hermosura sobre la belleza, el rostro de la Virgen de la Amargura. No lo anuncian las convocatorias de cultos que fijan en las columnas de las Gradas y en las ojivas góticas de los templos fernandinos del camino real casamentero del Emperador Carlos. Muy pocos sevillanos lo saben. Lo saben los que lo tienen que saber y allí van, a aguardar el rayo de sol por el cristal sobre el rostro de la Amargura, apagada toda la iglesia.

Luz de azucenas que suena a canto de las hermanas de la Cruz el Domingo de Ramos. A escalofrío de la marcha de Font de Anta en La Campana. A blanco silencio en los Hércules de la Alameda. En San Juan de la Palma, un rayo de sol atraviesa el cristal de una ventana sin romper ni manchar los secretos de Sevilla y le reza el mejor avemaría a la Amargura. El avemaría de la luz del Creador. Como si la Elegida, coronada de sol, saliera del universo de tinieblas de la ciudad de Pedro Botero. Más Pura y Limpia que nunca, pisada la cabeza de la bicha de la oscuridad por sus pies de saya y manto.

Panegírico en forma de rayo de sol, función principal de la dorada y secreta hermosura de la llegada del otoño en la ciudad. Yo sé muy bien, hermanos de la Amargura, sé muy bien, Julio Domínguez Arjona, qué llega en ese rayo de sol que besa la cara de la Virgen. Es la protestación de fe, en forma de rayo de sol, de todos los hermanos que se fueron con su túnica blanca, camino de la estación del Domingo que nunca acaba. Es un besamanos que la Virgen convoca sólo para esos hermanos.

Yo no estaba el día de San Genaro a la caída del sol en San Juan de la Palma, pero don Guillermo Lohmann me dijo que con él venía el Nene Serrano, a hacerle la foto definitiva a su Virgen. Y que en el mismo rayo de sol, al besamanos de su Virgen, venía Luis Ortiz Muñoz, tras comprobar en su último estudio que Tierra Santa como la de Sevilla, ninguna. Y venía Manuel Bermudo Barrera, que es el que verdaderamente organiza cada año esta nueva coronación de luz de la Amargura. Y venían José y Manuel Ortiz, los que en días de odio y de sangre salvaron a la Virgen de las llamas, cuando la escondieron, tan guapa, tan hebrea de blanco, en la fábrica de azulejos de Carlos González en Marqués de Paradas.

Y venía un largo cuerpo de nazarenos blancos de silencio. Hermanos de luz que desde la luz definitiva retornan a comprobar lo dulce que es el dolor de la Amargura. Y la coronan de sol.












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