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lunes, 1 de septiembre de 2014

La Voz de la Inexperiencia: Amor qué bonito nombre tienes


Nos estábamos perdiendo en la pobreza del dinero, estábamos encendidos porque no salían las cuentas, agobiados porque no podíamos comprar lo suficiente, enfadados porque nuestros superiores no hacían nada por ayudarnos. Y así, un tema llevó a otro y acabamos en el suelo, descalzos, sin necesitar nada que no fuésemos nosotros mismos.

Es paradójico pensar que escribo esto en un teléfono de alta gama y que mi dilema de todos los días sea "qué zapatos me pongo". Por esto mismo, cuando acabé aquella conversación desprovista de todo bien material que pudiera molestar, sentí que aunque con apariencia de materialista, característica que la mayoría de la sociedad comparte hoy día, siempre había un poquito de mí que buscaba la manera más sencilla de hacer las cosas. 

Al menos, para mi consuelo quedó que por un buen rato me "rehabilité", por llamarlo de algún modo. Habrá personas que nunca podrán dejar ese egoísmo material a un lado, y otras, a las que les seguirá encantando preparar un regalo más que recibirlo. Quiero hoy meterme en ese segundo grupo, de esas veces que sientes que el día no llega y tu regalo está guardado desde hace semanas, de esas veces que pagarías por ver el mismo momento una y otra vez, ese momento en el que abren lo que llevas preparando tanto  tiempo y es justo como imaginabas. 

A cámara lenta parecía que me acariciabas las manos tratando de encontrar una explicación a todo aquello. A cómo el suelo hacía de manta para nuestros pies, a cómo el tirador del cajón hacia mella en tu espalda, a cómo escondía mi cabeza entre las piernas, o la reposaba con la cuenca de los ojos en las rodillas, pero mejor que todo eso, yo buscaba una explicación aún mayor, cómo estábamos planeando la Navidad si la última que pasamos ni sabíamos que existíamos, cómo has llegado a mi vida, cerrando mis heridas y sacando todo el amor que intentaba yo sentir. 

La grandeza del ser humano es la que me hizo darme cuenta de que un abrazo desprovisto de todo, un abrazo desnudo, era cien veces más enriquecedor que cualquier otra forma de abrazar. Cuando voy a rodearte con mis brazos y tengo que estar alerta de no manchar de carmín tu camisa, de no engancharla con las pulseras o de que no me claves los pendientes. Cuando quise abrazarte, pude, porque solamente pensaba en la calidez de tus ojos cerrados por mi abrazo. 

Decía William Shakespeare: "No temáis a la grandeza; algunos nacen grandes, algunos logran grandeza, a algunos la grandeza les es impuesta y a otros la grandeza les queda grande."

Yo sé que tú naciste grande y como consecuencia logras la grandeza en cada cosa que haces. Gracias pues por hacerme sentir grande. 

Acabo... "La grandeza no se enseña ni se adquiere: es la expresión del espíritu de un hombre hecho por Dios." John Ruskin

María Giraldo Cecilia










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