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martes, 31 de marzo de 2015

La Crónica: La conjunción perfecta


Blas Jesús Muñoz. Comienza el Lunes Santo donde lo dejamos. Apenas clarea el cielo cuando las calles aun recuerdan el Domingo y su ser de luz, de horas que llamaron a la tarde, a la calle, a las aceras donde la ciudad se entrega a su Pasión transformadora. Y, así, avanza la jornada con los recuerdos agolpados en la mirada del ayer, siempre idealizada, siempre tensa en la emoción.

La tarde llegó a reventar en su azul intenso, allá por donde el sol calienta más, en San Antonio de Padua. El lugar donde los buenos amigos como Antonio, Salvador, Juan Antonio o Cristóbal hacen de la estación de penitencia un modo de entender la vida. El lugar donde la banda y la cuadrilla de Coronación se aúnan para ofrecer una salida tan elegante como pocas. El lugar donde la exquisitez toma la palabra en el palio que dirige Pepe Fernández. El expresionismo de Francisco Buiza hecho Rey y Reina del Zumbacón.

La tarde prosiguió por los Jardines de Colón, donde se produjo un desafortunado incidente en el paso de misterio de la Redención propició que hubiera de quitarse uno de los romanos que conforman la escena. Ello no obstó para que la Virgen de la Estrella entrará triunfante en el Edén cordobés, como lo que es, Estrella. Sublime fue el andar de la cuadrilla que capitanea Rafael Giraldo. Pocos, y repito, muy pocos palios andan -a día de hoy- igual de afinados que el de la Señora de la Huerta de la Reina.

Los incidentes prosiguieron en torno al misterio de la Sentencia donde hubo de quitarse una lanza en la salida de San Nicolás. No obstante, entrando a la Catedral la Hermandad forma una estampa inigualable de sabor, elegancia y clasicismo que se proyecta especialmente en cuanto rodea a la Virgen de Gracia y Amparo. Una imagen con aromas de otro tiempo en su rostro, en su palio o en el buen hacer de su capataz, Luis Miguel Carrión.

Una de los recuerdos de este Lunes Santo será por siempre para la Archicofradía de la Vera Cruz. Brillante y radiante en su aniversario estacional en la Catedral. Con un cortejo que parece flotar por las calles, desde San José hasta el primer templo y, de ahí, a la carrera oficial. Elegante jornada, como el capataz homenajeado, Javier Romero. Elegante el Lignum Crucis, soporte de nuestra fe. Elegante Hermandad, en definitiva.

Observar el caminar del cortejo de la Hermandad del Vía Crucis transporta en el tiempo y transforma, radicalmente, la fisonomía del Lunes Santo. El misticismo se busca entre las sombras y las volutas del incienso que se posan , en toda su levedad, sobre el Señor de la Salud. Han sido muchos Lunes, pero nunca olvidaré aquel de 2011, observando el transitar eterno del Señor de la Trinidad.

El tiempo pertenece al Remedio de Ánimas. A su paso, en cada contorno de su fisonomía la luz cobra un nuevo paradigma. En su cuerpo se dibuja una arquitectura del tiempo que podría situarse en cualquier lugar, en cualquier espacio. Bajo el baldaquino que porta a la Madre de Dios en sus Triztezas, donde la oración se convierte en plegaria mística que ofende las ánimas de quienes no rezaron como Ella.

Y, a su paso quebrantando la ciudad, el Lunes Santo concluye en la madrugada del Martes para demostrar que es la conjunción perfecta de hermandades, estilos y formas. Resta un año por delante para volver a paladear lo que acabamos de observar, para ansiar el instante del regreso, pero eso ya será en 2016.








































































































































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