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domingo, 16 de octubre de 2016

El consuelo de mi desconsuelo


Eva Martín. Jamás he sabido explicarte lo que siente mi alma cuando voy a buscarte al pie de tu altar, cuando tu mirada se confunde con la mía e intento comprender el dolor infinito que marchitó para siempre tu corazón de Madre. Sé que nada puede calmar el incalculable daño causado por el puñal infame que atravesó como una daga de odio tu espíritu de luchadora. 

Por eso me siento tan pequeña, tan profundamente insignificante, cuando acudo a tu presencia para desnudarme ante ti y pedir tu consuelo para el desconsuelo de mi drama cotidiano. Por eso Señora te observo en silencio, sin atreverme a pronunciar palabra, porque veo materializarse en el brillo de tus ojos tu alegría enclaustrada en un sepulcro de piedra. Cada vez que vengo a verte, eres tú, fuerte y poderosa, la que aferra mi mano, con fuerza y al mismo tiempo con una indescriptible dulzura, para impedir que me precipite por el abismo de mi desesperanza.

Por eso vengo a encontrarme contigo, para rezarte, para besar tu mano y acaso rozar con mi aliento tu sagrada mejilla... para que me ayudes a levantarme cada mañana y a seguir luchando como siempre luchaste en este valle de lágrimas que nos tocó transitar.

Fotos Antonio Poyato













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