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miércoles, 28 de agosto de 2013

La Firma Invitada: Modo y modas

Una de las razones del éxito de las hermandades y cofradías, dejando a un lado cuestiones de tipo social o histórico, radica en la persistencia continuada en la devoción a las sagradas imágenes titulares. Devoción que a través de los siglos ha sido puesta a prueba en multitud de ocasiones, algunas más difíciles que otras, algunas previsibles y otras imprevisibles, algunas causadas por los hombres y otras por la naturaleza… En fin, que cuando se contempla un paso en Semana Santa, casi podemos decir que se está contemplando a un heroico superviviente.

Muchos han sido los peligros a los que se han enfrentado nuestras corporaciones en el largo caminar de una centuria a otra. Como toda obra humana, han estado expuestas por igual a las virtudes y a los defectos de sus hermanos y cofrades. Como hijas de su siglo se han visto, a su pesar, afectadas por corrientes de pensamiento, ideologías, extremismos varios y convenciones sociales impensables actualmente. Y si a pesar de todo, han logrado sobrevivir, si no todas, al menos la mayoría, habremos de convenir, en que algo de "obra divina" hay en todas ellas. El cambio más radical se ha dado en el modo de efectuar la propia estación de penitencia. De aquellos valerosos disciplinantes que se flagelaban con ardor hasta el elegante nazareno creado en el siglo XIX hay un abismo. De aquellas sencillas imágenes, pequeñas, portadas en simples andas de madera lisa a la eclosión barroca de portentosas tallas llevadas en canastos dorados hay un mundo. Pero ese abismo y ese mundo no han sido traspasados sin riesgos. Y en Sevilla la novelera, ese riesgo se llama "moda".

"¿Moda?" musita el envarado capillita, pestañeando como si no hubiese leído bien el término. Pues sí: "moda". Esa terrible palabra, que en boca de un cofrade supone casi una ofensa. Para quienes piensan que lo que ellos ven hoy, era lo que se veía antaño, merece la pena recordarles que hubo un tiempo en el que nada era así. Y que peor que los franceses, las riadas o los terremotos, era esa denominación de una tendencia que una vez experimentada en una cofradía, era experimentada en las restantes. Y copiada, ampliada o multiplicada según fuera el carácter de la misma.

Ya nadie recuerda cómo de la sencilla túnica de estameña o tela basta casi sin confeccionar, se pasó a un hábito al que se añadían golillas de encaje, puños de lo mismo, colas plisadas, lazos y hasta hebillas de plata… y cómo más de una vez, los sufridos prelados de nuestra Archidiócesis debían decretar y prohibir esos adornos impropios de quien decía rememorar el camino del Calvario. Ya nadie recuerda cómo se llegaron a tales excesos en el vestir de las imágenes, en cargarlas de cintas, encajes, pelo natural y joyas… que otra vez nuestros pastores tuvieron que decretar que lo primordial era guardar respeto a lo que representaban y no ataviarlas como cortesanos. Ya nadie recuerda cómo llegó un momento en el que disciplinarse era motivo de orgullo y vanagloria, y cómo había quien presumía de ello ante las jovencitas sevillanas que acudían a ver la procesión… y cómo de nuevo el arzobispo de turno debía recordar el carácter penitencial de la estación. Ya nadie recuerda cómo las burlas y las reyertas eran frecuentes cuando coincidían al paso dos cofradías… y cómo hubo de organizarse un camino ordenado para evitar más bochornosos espectáculos. En todos estos casos, la "moda" se impuso al "modo".

Alguno dirá que todo esto pasaba antes, hace ya más de tres siglos. Pero si con un poquito de rigor histórico echamos un vistazo al finiquitado siglo XX y al iniciado XXI, veremos que en apariencia no se ha cambiado tanto. ¡A cuántas "modas" nefastas deben las hermandades de la archidiócesis sus actuales enseres procesionales! Ese mal entendido concepto de modernidad que consiste en aniquilar lo anterior, que aunque antiguo era bueno, por lo nuevo, que no siempre puede tener la misma valía. ¡Cuántos mantos y palios se malvendieron para hacer otros "a la moda"! Otra "moda" que sufrimos la pasada centuria fue la de aumentar los pasos de aquellas cofradías que, históricamente, sólo contaban con uno: y así surgieron palios y vírgenes.

Otras veces, se cambiaba la imagen titular, con antigüedad de siglos, por otra de estética más acorde al sentir del momento. Y no es que estas obras carezcan de calidad artística ni de unción sagrada, es que si no hubiera existido esa tendencia a la novelería, quizás esas transformaciones ni se hubieran planteado.

Heredada sin duda de nuestro glorioso siglo XVII y del barroco innato que todo sevillano lleva dentro, aumentado lo material, llegó el tiempo de aumentar el glorioso título de la hermandad, que quizás era demasiado simple y sólo ocupaba dos renglones en los saludas y en el programa de Semana Santa. Esta "moda" que tiene nombre de enfermedad ("titulitis") hizo que por obra y gracia de los cronistas cofrades y de los pertinaces secretarios redactando memorias al Arzobispado, los arcaicos títulos de algunas corporaciones sufriesen un engorde digno de Pantagruel.

Se rescataron antiguas concordias con órdenes religiosas extinguidas, se recurrió a inciertas fusiones con hermandades olvidadas, se incluyeron santos y beatos de las sedes conventuales donde, en algún momento, radicó la cofradía; todo, todo, con tal de incluir cuantos más "ilustre, fervorosa, seráfica, real, imperial y sacrosanta hermandad de…" desfigurando en muchas ocasiones el verdadero carácter histórico de la corporación: "vanidad de vanidades y todo es vanidad".

En los cultos externos es donde, quizás, se ha producido un cambio más radical. Algunos se sorprenden cuando al leer la historia de cualquier hermandad centenaria, descubren que la salida procesional de la Semana Santa no era el acto más importante de la cofradía. Y que, en muchas ocasiones, al no haber caudal para poner los pasos en la calle, se anulaba y se dedicaba ese dinero a los cultos internos. Y es que, en esos cultos, era donde radicaba la vida espiritual de la hermandad. Por eso solían preferirlos a la estación de penitencia. Actos penitenciales celebraban también en sus templos, estos hermanos del pasado, que sin tanta tecnología punta ni tanta Agencia Estatal de Meteorología, sabían que rendir culto a sus titulares en las fechas ordenadas por sus reglas, era más primordial que un acto de culto externo.

Y es que, en el pasado, lo raro era precisamente eso: el estar todo el día en la calle sacando pasos con cualquier pretexto. Sólo cuando una catástrofe de magnitud sacudía la ciudad, se llevaban en rogativa las imágenes de más devoción. Fuera de esos casos excepcionales, reposaban las tallas de Cristo y su Madre, en sus altares, donde día a día, recibían el homenaje de sus hermanos y devotos.

Si alguno de estos anónimos cofrades pudiese contemplar ahora a sus herederos en devoción, se sorprendería al ver multiplicarse los viacrucis públicos en Cuaresma, las salidas extraordinarias por cosas ordinarias, los traslados multitudinarios al son de marchas… y no es que dudemos ni de la devoción ni de la sinceridad de quienes los organizan, es que sencillamente, estamos asistiendo al desarrollo de otra "moda" que quiere imponerse al "modo".

Y como toda "moda", tiene un punto de frivolidad, que amenaza con banalizar el tesoro espiritual que durante siglos han acumulado nuestras hermandades y sus hermanos. Sí, el peligro de que la "moda" se superponga al "modo" radica precisamente en el vaciamiento devocional y religioso del culto externo, de tal manera que éste puede quedar reducido a un simple rito, que año tras año se perpetúa, pero que, en el fondo, está muerto. Un rito al que quizás acuda mucha gente, pero no para participar –cuestión imprescindible cuando se trata de un acto de culto al que se invita a unirse– sino para contemplarlo como si de una arcaica ceremonia se tratara. Se habría "momificado" lo que antes era un cuerpo vivo, y como esas perfectas momias egipcias, tendría apariencia de vivo lo que en fondo está requetemuerto.

Conviene pararse a pensar, pues, si realmente estos actos aportan algún beneficio a los que acuden, o si por el contrario estamos participando sin saberlo, en una especie de certamen entre corporaciones para ver quién saca más veces sus titulares a la calle. En nosotros está la clave: ¿sabremos vencer de nuevo a la "moda" o dejaremos que ésta se imponga al "modo"?








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