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martes, 7 de enero de 2014

Las Volutas del Incienso

De barroco diseño. Labrado a fuerza de golpe y buril en plata ennegrecida por el tiempo el por el uso. Así era el incensario que un día doné para llevar las plegarias de los hombres a lo más alto del cielo. Incensario de brillante y argentino metal, de corazón cúprido que albergabas en tu interior el infierno que sabe arrancar su aroma a la gomorresina que incólume y oculta en el sacro humo arranca las oraciones y peticiones que, entre ángeles suben al creador. Así fue entregado a aquel que lo usaba para acompañar al Santísimo en su deámbular por las calles en penumbra, hundidas en la oscuridad que precede al amanecer. Cuando el tintineo de las cuentas del rosario y los murmullos callados son ahogados de repente por la fuerza de un agudo manada de los metales cristalinos de alguna banda. Así fue usado desde entonces guardando mis recuerdos y ahogando mis fracasos que se sucedieron en la devoción. Hundidos deseos cofrades en tu cazoleta oscurecida por la quema de carbón.

Músico.

Cayó el Rincón, se hundió la banda, se perdió el talento, se esfumó el tiempo. Cómo si la vida en ello nos fuera y el Cristo así lo agradeciera, los días se tornaban en noche bajo el sonar de una caja destemplada. Tañir de tambores monótonos con compases alargados en tornos a marchas de cristalino sonido que dedicábamos al Rey de Reyes. Rey desnudo, cuajado de sangre, ensalzado en el madero de la cruz. Envuelto en la ignomínia humana y atravesado por los clavos de la indecencia del Hombre. Así, cada tarde, cada noche, nuestros corazones humildes, de jóvenes convencidos, de inmersos creyentes en la fehacencia cofrade, dedicábamos nuestro tiempo, nuestra juventud, nuestras ganas y sapiencia a memorizar marchas que interpretaríamos con respeto y devoción bien el viernes santo, bien en la Fiesta de Estatutos. Jornadas de camadería bajo las frías escarchas del invierno o los agotadores mosquitos del verano. Mes tras mes, año tras año.


Así fuimos creciendo en una Fe no inculcada en ningún templo ni por ningún predicador. Fuimos creciendo en la Fe del trabajo por un ideal, por una advocación, por un retazo de amor a algo no soñado. Cada golpe de tambor, cada nota de corneta, cada paso a destiempo era la devoción encubierta de unos corazones henchidos del orgullo de portar el uniforme de la Piedad. Recuerdos que las volutas de incienso, de mirra, benjui y vainilla se llevaron al cielo y que aún percibo cómo pequeñas trazas de un pasado tan intenso que se niega a desvanecerse. Un pasado exiguo y cuajado de notas, de temas y marchas, de largos paseos a contratiempo, cuajados de codas y trietos. Un pasado con olor a azmicle, iluminado con un ténue pabilo de cera que enciende cirios de pureza incontestable, de cera virgen y color tieniebla. Olores de azahar en la despuntante primavera en la que tras un paso de Cristo desvergonzábamos nuestras vidas con toques de clarin, tambor y corneta.

Cofrade

No olvido los faroles, de alpaca impoluta que con pie de madera en tono caoba. Faroles que, cómo el incensario, la naveta o el Libro de Reglas eran atrezzo fundamental en la cofrade Comedia. Renglón cruzado de eventos distorsionados de un hecho acaecido en tiempos pretéritos que se adecuan al presente enervados por la representación de almas bajo capirotes cubiertas. Almas trémulas y anónimas que sólo muestran sus ojos, bajo el rojo caperuz, iluminadas las pupilas por cirios que derraman su mínima Luz. Luz que muestra, en éstos tiempos que corren por donde discurre el Calvario que la procesión recorre. La procesión que avanza subiendo la cuesta, mostrando la cara ante el alba. Así es cómo la escayola que tu cuerpo compone, policromada por pinturas hace mucho tiempo impregnadas, algo esportillada y en muchos lugares gastada se erige en material del que se forjan las ilusiones que ellos, los Jóvenes, acumulan en el alma, acompañan en el corazón y con su gesto te ensalzan.

Cofrades de nombre, condición y capa. Capa roja cómo la sangre derramada en el ascenso con el madero al Calvario funesto. Cofrades y Hermanos, nazarenos silenciosos bajo el blanco hábito de la pureza maltratada. Cíngulo rojo, cruz espinada que muestran la pertenencia a la hermandad bien ganada, forjada en laidea de rememorar el pasaje bíblico de la cruz clavada. De la expiración inevitable y la entrega del alma. De la muerte de aquel que tres dias pasaran, resucitado llegara. Cofradía, hermandad, tiempo y agua. Todo es en uno lo que al cofrade acompaña. A pie cubierto o descalzo penitente que acompaña a su Cristo en la mañana exhimente. El alba se muestra con el amanecer incierto de tenebroso Viernes Santo el abismo descubierto, suave brisa que no apaga los lamentos del cristiano devoto y entregado al sufrimiento. Recorrido escondido entre los pliegues de túnicas que esconden el miedo, la penumbra, que esbozan el sentimiento de la pérdida de lo incierto.

Penitente

Tales son mis recuerdos. Esos son mis enervamientos. Sentimientos escondidos que se llevan las volutas de mi incensario personal. Corazón que guarda sin pensar lo pasado con el tiempo. Recuperación de una memoria que las volutas se llevaron encendidas con el carbón de aquello que se perdió, de aquello que atrás quedó enguantado por el viento. Pabilo, cirio, corneta y tambor. Sonido de alpargata acariciando el pavimento y sobre el hombro la almohadilla que soporta el sufrimiento. Penitencia enervada de los viejos cantares que fueran arrancados de los suaves metales. Instrumentos afinados por el alma penitente que levanta los albores de un cantar de esa gente que, sin encomendarse a Dios o al diablo sigue con su erre que erre al compás destemplado de una banda cuajada de ilusiones. Esperanzas, miedos, recuerdos y peticiones. Sed, hambre y sueño se llevan las volutas del incensario que una vez doné, que entregué al consiliario de aquel que en la tierra hizo de promisario. De promisario del Padre en medio de tanta iniquidad que se muestra a los hombres cómo el Santísimo Cristo de la Piedad.

Pedro Ramón Sánchez Peinado




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