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viernes, 27 de junio de 2014

Verde Esperanza: Los abrazos del después


En plena época estival uno continúa acordándose de esa semana mágica y única en todo el año. El pasado Viernes Santo tuve el honor de realizar mi primera estación de penitencia con mi Hermandad del Amor y la Esperanza, puesto que, como sabrán, esa jornada suele ser un tanto inestable –siendo benévolo- en lo climatológico, y además yo no llevo demasiado tiempo haciendo vida de Hermandad.


De la estación de penitencia recuerdo muchos momentos junto al Dios del Amor: los nervios de la salida, la expectación en el hospital, la entrada en carrera oficial y la elegante presentación al Santuario de la Patrona… Pero hay un momento que se me quedó clavado en la retina por el hecho de que no lo había vivido nunca. Fue una vez recogido el palio de la Esperanza, justo cuando se cerraron las puertas de la casa hermandad. Me impactó mucho ver cómo salían los costaleros de debajo de los pasos de ambos titulares y todos se abrazaban con todos, con esa sensación del deber cumplido y el trabajo bien hecho. Quedaban también todos aquellos que están durante todo el año poniendo los cimientos para que el Viernes Santo todo salga como ha de salir, esos cofrades anónimos con la inmensa capacidad de sacrificio de estar 365 días al año pendientes de sostener y elevar al máximo a la Hermandad. Ellos también se abrazaban. Con ojos vidriosos, lágrimas de alegría porque todo ha salido bien, pero también de amargura porque saben a la perfección que esas ocho horas mágicas no volverán hasta quién sabe cuándo: mínimo un año más. Apurando los últimos instantes junto a los sagrados titulares para realizar esa última oración y seguro que dándoles gracias por haber podido vivir lo que ha acontecido las últimas horas.

Me llenó de emoción tener el privilegio de poder vivir todo aquello, y testigos de excepción de todo aquello, el Santísimo Cristo del Amor y María Santísima de la Esperanza. Estoy convencido de que os llenaría de orgullo observar todo aquello desde vuestros tronos. Y como aquella vez hace ya algunos años, Madre, volví a asomarme por la calle de tu candelería, buscando el consuelo de tus ojos, con los que apenas pude deleitarme mientras derrochabas Esperanza por las calles. No sé cómo contuve las lágrimas, ya sabes que no me gusta que me veas llorar… Aunque sé que me ves siempre. Y me volviste a dar dos regalos junto a mi gente… Poder acompañar a tu bendito Hijo durante la estación de penitencia y… los abrazos del después.

José Barea







Recordatorio Verde Esperanza







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