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viernes, 7 de noviembre de 2014

Enfoque: Luis Álvarez Duarte y la Virgen de la Soledad de Lucena


            Aunque ya supera los sesenta años, Luis Álvarez Duarte sigue activo. Incansable imaginero de altiva actitud, realiza su opera prima para el sevillano barrio de San José Obrero. La Virgen de los Dolores, esculpida en 1962, inicia una larguísima lista que a día de hoy sigue aumentando. En cambio, la fama le llegó cuando, tras conocer que la hermandad de las Aguas buscaba una dolorosa, presentó a sus miembros una imagen que, acogida con ilusión, recibió el nombre de Guadalupe. La talla, trasladada con su hermandad desde San Bartolomé hasta la capilla del Rosario de la calle Dos de Mayo, se hizo popular por sus aniñados rasgos. Poco después, la incipiente cofradía de Nervión le encomienda la hechura del Cristo de la Sed; Málaga le confía el encargo de la Paloma; y la capital choquera le brinda la oportunidad de reponer a la Virgen de la Victoria del Polvorín. Pero el impulso definitivo lo tomó cuando la trianera cofradía del Cachorro pensó en él para reparar la pérdida de la Virgen del Patrocinio, que había perecido en un incendio en 1973. Lejos de calcar fielmente la original, Duarte realizó una versión personal que por su gracia heredó el afecto de los sevillanos y el cariñoso apodo de “la Señorita de Triana”. Le llovieron los encargos por toda Andalucía desde ese momento, siendo sus años más fructíferos los ochenta y, sobre todo, los noventa. La aparición de imagineros de enorme formación a finales del siglo pasado y, sobre todo, a principios del presente, así como sus inapropiadas incursiones en el campo de la restauración, le valieron una crítica desfavorable. Igualmente, Duarte ha sido acusado, como le ocurrió a Antonio Eslava, de imitarse a sí mismo, seguramente por la necesidad de satisfacer muchos encargos en muy poco tiempo.



Sus innumerables apariciones en medios públicos a través de reportajes y entrevistas nos han permitido conocer la cara más íntima del imaginero. De sus intervenciones, contradictorias a veces y polémicas casi siempre,  se desprende la devoción y admiración que siente hacia la Virgen de la Esperanza de la Trinidad, venerada en la iglesia anexa al colegio salesiano al que asistió como alumno. De su autor, el archidonés Juan de Astorga, toma la capacidad de combinar espiritualidad y hermosura, como demostró en la cordobesa Virgen del Rosario, una de sus obras más celebradas.


Junto a los recuerdos de niñez y a las etapas de aprendizaje con Francisco Buiza, Antonio Eslava o Rafael Barbero, la polémica restauración de la Esperanza de Triana marcaría su obra. En 1989 recibe la petición de repolicromar la imagen, si bien para algunos utilizó algo más que pinceles durante la intervención, afirmación desmentida de manera reiterada por el autor.  En cualquier caso, ese mismo año presenta al pueblo almeriense la Virgen de Fe y Caridad, claramente inspirada, consciente o inconscientemente, en la dolorosa trianera.  

Posicionado el imaginero entre los artistas más demandados, acuerda con la centenaria cofradía lucentina de la Soledad la hechura de su titular. La dolorosa, de cabeza inclinada y largos y finísimos dedos, sigue el modelo astorguiano de joven doliente pero hermosísima. En su rostro ovalado se inscriben la boca, entreabierta y de labios menudos, y una proporcionada nariz. De sus grandes ojos de penetrante mirada y espesas pestañas acaban de brotar lágrimas que parecen deslizarse para desembocar en el hoyuelo de la barbilla. Esta lozana mocita enamoró a los lucentinos, que entendieron que ése sería el nuevo rostro de la Soledad de María. 

La ciudad de Málaga recibe en 1988 a la Virgen de la Salud. Venerada en el barrio de la Trinidad, presenta paralelismos con la talla lucentina, al igual que la Virgen de la Divina Gracia del hispalense barrio de Palmete, entregada un año antes.


Álvarez Duarte es, sin lugar a duda, uno de los artistas contemporáneos más conocidos y reconocidos. Admirado y denostado a partes iguales, ha sido alabado por la unción sagrada que imprime a sus imágenes sin renunciar a la belleza física, pero le han pasado factura sus restauraciones en las que las labores de conservación quedaban relegadas a un segundo plano a golpe de gubia. Mientras la crítica tira y afloja la cuerda de la genialidad que lo situará en el escalón que le corresponda, a nosotros nos queda rendir culto a imágenes como la Santísima Virgen de la Soledad que, ajena a todo, ha recuperado y superado la devoción que Lucena profesaba a sus predecesoras en el camarín de Santiago.

Antonio Ruiz Granados






[1] En una misma entrevista altera el orden de ejecución de algunas obras. Ver http://www.lahornacina.com/entrevistasduarte.html










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