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domingo, 23 de noviembre de 2014

La Saeta sube al Cielo: Como bálsamo para las heridas


Supongo que en más de una ocasión la mayoría de ustedes se han visto en la situación de verse rodeados por un halo nocivo de pesadumbre, flaqueza o quebranto, debido a motivos íntimos o simplemente por el cansancio que nos provoca el ritmo de vida que llevamos.


Cuando esto a mi me sucede lo que más necesito es una dosis extra de energía que me ayude a franquear todos estos obstáculos. Es como cuando te pasas una larga temporada en la ciudad y te encuentras agobiado por tanta fatiga, lo que te pide el cuerpo y la mente es escaparte el fin de semana al pueblo para desconectar. Una vez,  una amiga mía hacía una semejanza sobre este tema, diciendo que ella, que vive en Madrid, necesitaba venir al pueblo de vez en cuando para “recargar pilas”, “como cuando enchufas el teléfono móvil a cargar, eso es el pueblo para mí”, decía.

Pues así me encontraba yo estos días. Pero gracias a Dios se me volvió a brindar la oportunidad de ponerme cara a cara con mi “cargador de pilas” personal. Cada uno tendrá el suyo particular, pero para mi sin duda es la Esperanza.

Fue volver a poner un pie en la calle Pureza e invadirme una atmósfera de complacencia. Es algo inexplicable, pero así sucedió. La sensación de paz interior y tranquilidad que yo siento en esa bendita capilla es realmente maravillosa y sobrenatural, tanto que ni yo misma soy capaz de dilucidar.

Pues así me encontraba yo meditando frente a mi Madre Trianera que, cuando todo parece acabarse y cuando las expectativas son sombrías, siempre brota la esperanza como medio salvador para encontrar un nuevo camino, alzar la cabeza y caminar “siempre de frente”.

De esta manera, así enfoco yo lo que significa la esperanza para mí, es como un detonante que nos provoca un afán de lucha para afrontar nuestros problemas. Ella nos da la fuerza necesaria para seguir luchando cuando nuestros esfuerzos nos abandonan.

Desde mi punto de vista la esperanza da sentido a la vida y es el remedio a nuestros pesares. Y es que, como bien se dice por aquellas tierras, “cada tres caídas siempre hay una esperanza”.


Estela García Núñez











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