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lunes, 8 de diciembre de 2014

La Saeta sube al Cielo: Una lucha transformadora de sueños


Uno de los rasgos que caracterizan a nuestra época es la creciente presencia de la mujer en todos los ámbitos. Hasta el punto de que puede decirse que es una definitiva conquista de la Humanidad.

Nuestro Papa Francisco ha declarado que, entre sus prioridades, está una mayor participación de la mujer en la vida eclesial y social. El Santo Padre, tiene en su haber, el ser un buen Pastor. Cuida por igual a su rebaño.

Dentro de la O.N.U., la Comisión de Derechos Humanos, incluye la promoción de la Mujer. Esto equivale a proporcionar los elementos esenciales dr formación y ayuda para asumir su responsabilidad. En tanto esté más preparada, mejor podrá intervenir activamente en la vida.

La progresiva seguridad con que la mujer se va incorporando a los problemas y ocupaciones que parecían reservados exclusivamente a los hombres, es un proceso y requiere una trayectoria de muchas transformaciones. En nuestros países civilizados ya no se cierran (casi nunca) las puertas en ningún campo por ser mujer. No así en ciertos lugares del planeta en los que está marginada, sometida y subyugada. Aunque también ocurre con frecuencia en nuestro entorno que, para conseguir algo, necesita superar al hombre y en igualdad de condiciones tiene las de perder.

Poniendo un ejemplo, desde el ámbito agronómico que es donde mejor me desenvuelvo: si a un árbol no se le deja crecer, nunca llegará a ser hermoso. Sin embargo, si se le permite expandir, desplegará sus ramas y frutos.

En la historia de la humanidad no se ha dado muchas oportunidades a la mujer y, salvo excepciones, ha tenido que ocupar segundos puestos. Hombre y mujer tienen igual dignidad y honor, reputación y estima.

Una "concepción progresista" la equipara al hombre. Desde mi punto de vista eso es una tesis falsa. La mujer tiene disposiciones fisiológicas, psicológicas y morales que le son propias. Por naturaleza tiene valores diferentes al hombre. Distintos, pero no menos valiosos.

Un claro ejemplo es nuestro mundo cofrade. Desde hace pocos años estamos viendo que la mujer va formando parte de él, exceptuando los encargos que únicamente ha podido ir ocupando, como bordadoras, camareras o el típico papel de mujer de mantilla. Ahora podemos ver mujeres músicos, debajo de una trabajadera u ocupando el cargo de Hermana Mayor. Gracias a Dios. Pero aún nos queda mucho por recorrer.

La mujer exige como persona la integración plena en la sociedad, como elemento esencial y necesario. Sin complejo de inferioridad, obviamente con los mismos derechos y obligaciones. Hombres y mujeres con integración plena en la comunidad cristiana.

Estela García Núñez







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