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lunes, 19 de enero de 2015

El cáliz de Claudio: La máquina de la verdad


Es un reto aterrador para el cofrade. Imaginen a alguien que conozcan respondiendo preguntas, monitorizado por cables y escuchando después si sus afirmaciones son verdaderas o falsas, ante Jorge Javier Vázquez, los Kikos, Patiño, Mila, etc. Y lo peor es que si se hiciera con muchos cofrades la máquina explotaría antes de conocer la veracidad de las respuestas, con lo que no haría falta el debate posterior.

Nos hemos acostumbrado a lo zafio de tal manera que la mentira (como diría Bunbury) nos parece una bonita creación. Como también nos lo parece la libertad de expresión. Coartarla es inherente a mentir. Eso sí, les aseguro que no existe. Estoy en condiciones de afirmarles tal extremo, adjuntando una serie de mensajes que llevo recopilando durante meses en los que, les aseguro, nadie me llama guapo ni artista (tendré que volver bajo las trabajaderas para oír esto último).

Retornando a la máquina me encantaría retar a más de uno y de dos a que se enfrentaran al polígrafo e íbamos a alucinar sin drogas de por medio. Primero, someteríamos a quienes hablan de las excelencias generalizadas de nuestras cofradías. Como Pemanes contemporáneos, se ensalza lo poético para esconder la mierda bajo la alfombra. Muy de aquí, sin duda. Si hay cofradías que, en el mejor de los casos son regular, para qué contarlo. Mejor nos ponemos una venda en los ojos y a tomar viento fresco. Alguno dirá que lo hice primero yo, pero miren donde se hacía y comprobarán que el tipo de medio no era el mismo que aquellos otros donde se esconden verdades.

Luego pasarían por la máquina a aquellos que critican al que critica ¡Me encantan! Su tono airado, su toque autocomplaciente y, de repente, suben el nivel e intentan acusarte de sobrado por lo que ellos consideran críticas sin fundamento. Lo hacen hasta cuando es otro el que escribe. Ya es para matarse como intentan relacionar el agua con el aceite. Porque uno está en sus pensamientos como el Niño Jesús en los de un chaval antes de irse a la cama. si les pusiéramos cables y ventosas para indagar en sus motivos, les aseguro que a los del Intermedio les daba para un mes de programa.

Podríamos preguntar al dirigente de turno por los verdaderos motivos que le hicieron dar el paso (¿Protagonismo?, ¿Cuentas pendientes?); a más de un costalero en qué cuadrilla le gustaría realmente salir (¿En la misma del capataz al que tanto critica?); a los segundos de más de un capataz, si serían capaces de traicionarlo, llegado el momento, por sus quince minutos de gloria por el ansiado martillo; al nazareno de a pie, si le gusta que lo traten como al último mono de la cofradía; al vestidor por la Imagen que verdaderamente le gustaría vestir; al que dimitió por los motivos auténticos; a más de un cura por cuántos escándalos en el seno de más de una cofradía ha silenciado; al que nos lee intensamente para criticar después, si no tiene algo más que hacer en la vida; al que se fue, cuándo volverá, por qué cargo... 

Así hasta el fin de los tiempos. Una buena máquina de la verdad nos hace falta que arranque las escayolas, la mampostería, el maquillaje de las paredes para que se vea el muro desolado de nuestra realidad, el rostro lleno de cicatrices de una ciudad cuya cara, recién levantada, no es fea, sino aterradora.


Blas Jesús Muñoz












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