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viernes, 9 de enero de 2015

Verde Esperanza: Psicología y Hermandades



En el artículo de este viernes, primero post-navidades, me gustaría relacionar en un artículo mis dos mundos por excelencia: la educación y las Hermandades. No se crean que me han sentado mal los polvorones; ya que a priori pueden preguntarse… ¿Qué tendrá que ver la Psicología con las Hermandades? Como el tocino y la velocidad, pensarán…

            Nada más lejos de la realidad. Ciertamente, la Psicología está, o más bien, ha de estar presente en todo grupo social: la familia, los amigos, el trabajo, el colegio o el instituto… y también en la Hermandad. Los profesores, los cabeza de familia o los jefes de las empresas han de tener una capacidad indispensable en relación con el grupo que tienen a su cargo, se trata de la capacidad de gestión de grupos. Realizando el símil, parece claro que la figura del Hermano Mayor es la que ha de tener desarrollada esta capacidad. Y, aunque es cierto que en gran medida el máximo responsable de una Hermandad es quien, partiendo desde la asignación de los distintos cargos, gestiona su Junta de Gobierno y la Hermandad en consecuencia, no es menos cierto que ha de estar respaldado y rodeado de gente capaz de gestionar el patrimonio humano de la Cofradía. Es decir, no es de recibo que sea una tarea que competa exclusivamente al Hermano Mayor de turno.

            ¿Y qué es esto de gestionar el grupo, en qué consiste aplicar la Psicología en las Hermandades? Quizá estemos habituados a oír hablar de la gestión de grupo en el campo semántico del deporte, cuando la relacionamos con la capacidad de los entrenadores de lidiar con los egos del vestuario, tener mano izquierda y mano derecha, saber dirigirse a l@s jugador@s... En definitiva, tener la capacidad de crear un ambiente saludable, en el que cada pieza del equipo se sienta importante y sea capaz de rendir al máximo estando, además, feliz. Extrapolándolo al terreno de una Hermandad, habría que comenzar porque cada miembro de una Junta de Gobierno se sintiera a gusto con sus responsabilidades y obligaciones, siendo consciente de que su trabajo, aunque no perfecto, gusta a los demás, y teniendo la confianza suficiente para hablar durante las reuniones, en un clima adecuado, sobre temas que pueden resultar conflictivos. Si algo hay que evitar a toda costa es sobrecargar a las mismas personas con demasiadas tareas y responsabilidades, y además no reconocerle su labor, porque normalmente el resultado siempre es el mismo: miembro de Junta quemado = dimisión, y a empezar de cero. Y partiendo desde una Junta de Gobierno en la que existe un clima relajado y de trabajo, esas buenas sensaciones transpirarían a otros ejes de la Hermandad: Grupo Joven, cuadrillas de costaleros, capataces, hermanos en general…


            En las áreas relacionadas con Psicología, y en general como nota constante en todo el currículum de la Carrera (para quien no lo sepa, estudié Magisterio), nos repetían una y otra vez que “no existen las fórmulas mágicas”, es decir, que un mismo procedimiento, una estrategia psicológica o un tipo de actividad no tiene por qué servirnos ni si quiera en circunstancias parecidas. Pero yo siempre pensé que el llamado refuerzo positivo, de la rama conductista de la Psicología, tiene algo de mágico. Y fíjense que el conductismo es una corriente más bien marginada, al menos con respecto a la educación. Y bien, ¿qué es eso tan raro del refuerzo positivo? ¿Es complicado de hacer? Fíjese que es algo tan sencillo como decirle a alguien lo bien que ha hecho algo. En los colegios, estamos acostumbrados a ver alumnos con comportamientos disruptivos, que tratan de llamar una y otra vez la atención portándose mal. ¿Saben una muy posible causa? Viene desde los hogares. Cuando un niño es especialmente travieso o inquieto, lo primero que hacen sus hábiles papás y mamás es grabarle a fuego una frase en el alma: “qué malo eres”. La triste consecuencia es que el niño termina por creérselo, y se comporta de esa manera. Hay que demostrarle el cariño constantemente, y, muy importante, reconocerle los méritos en lugar de afearles en exceso y de malas maneras los deméritos.


            Puede usted pensar que ese tipo de actitudes sólo se producen en niños pequeñitos, y que personas maduras no pueden dejarse influir por cosas así. Y yo les digo… ¡Já! Como si no estuviéramos acostumbrados a escuchar… Los costaleros se escaquean de cualquier culto, o a conflictos del estilo: tú no haces nada y sólo quieres figurar, o “siempre aparecen los mismos”, y las consecuencias son precisamente esas. O las críticas desmedidas ante un liviano error, con la consecuente vergüenza que puede sentir quien yerra y, por ende, el miedo a equivocarse en situaciones venideras. Incluso, fíjense lo que les digo, algo tan evidentemente sencillo como dejar de reconocer el trabajo de quien cumple su función adecuadamente, es una causa que puede desembocar en conflictos futuros, y va a resultar, a ciencia cierta, improductiva. Hay que darle la vuelta a la tortilla y, en lugar de señalar con el dedo, cuchichear a las espaldas y buscar líos, es necesario elogiar la virtud y reconocer cuándo un trabajo está bien hecho, hasta cuando no se trata de nuestro amiguito o nuestro compadre. De esta forma, nos estaremos asegurando miembros de Hermandades motivados y con ganas de seguir haciéndolo bien. Por ejemplo, si un miembro de una Junta aparece muy de vez en cuando al montaje de pasos en cuaresma, por “x” razón, no cuesta ningún trabajo acercarse dos minutos un día que esté y decirle lo contentos que estamos de verle por allí. Si es usted escéptico –que puede serlo-, piense en términos de probabilidades. ¿Cuándo es más probable que ese hermano vuelva a aparecer por allí, si recibe cariño y es consciente de que los demás se alegran de verle, sintiéndose además importante; o si la respuesta que recibe es indiferencia, o incluso escucha comentarios como: cómo se nota que es cuaresma, sintiendo que la Hermandad va a salir con o sin él/ella y que, por tanto, no pinta nada allí? Porque además todos servimos para algo en una Cofradía, ¡como si no hubiera tareas! Carpintería, limpieza, sacar dinero como buenamente se pueda, costales, apoyo, barras, manejo de redes sociales, relaciones públicas… Cada persona es buena haciendo algo, y ahí es donde hemos de saber reconocer las virtudes de cada cofrade. Nadie es perfecto, todos tenemos nuestras imperfecciones, pero sin duda lo más importante es que entre la gran cantidad de personas que pasan por una Cofradía exista una complementariedad.

             Puede resultar tentador decir… Sí, pero es que este o aquel mete la pata demasiado a menudo, la situación es irreconducible y la única salida es que dimita. Puede ser, igual que en la educación lamentablemente hay niños a los que sólo podemos ayudar hasta cierto punto, porque si andamos junto a ellos dos pasos, en casa se desandan catorce. Pero al menos hay que intentarlo, ya que va en el sueldo del maestro, y también ha de ser responsabilidad de los dirigentes de las Cofradías. En realidad, una Hermandad es un grupo social más, uno muy especial de hecho, capaz tanto de estrechar lazos que duren toda la vida como de achicharrar y calcinar a cualquier cofrade. La Psicología tiene mucho que ver, juega un papel determinante en el funcionamiento de una Cofradía. En mi opinión, aparte de no seguir a Jesús sino a otros “dioses”, la ausencia de Psicología es la principal causa por la que se producen las situaciones estrambóticas que cada vez estamos más acostumbrados a observar en nuestro mundillo.

José Barea 











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