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miércoles, 22 de abril de 2015

Enfoque: La moda de los ataques a la Semana Santa


Blas Jesús Muñoz. No se entrará a valorar a qué siglo o a qué década del mismo recuerda la situación actual. Sin embargo, lo que cada vez parece más claro es que las cofradías y, por ende su concepción de la Semana Santa parece hallarse en entredicho o en un preocupante peligro de extinción del concepto base.

Los ataques alcanzan, como no podía ser de otro modo para quienes los lanzan, a la Iglesia. El manido muñeco del pim pam pum, de todo aquel que se quiera adornar con la vitola de la "progresidad" (la palabra es inventada o incorrecta, pero a ellos no se les puede aplicar el término progresista). No se puede aplicar porque el progreso nunca puede traer consigo el ataque, sino que -como su propio nombre indica- ha de llevar consigo la superación natural y observante.

En Córdoba hemos podido asistir al espectáculo poco edificante de contemplar pintadas en los muros de la Iglesia de la Trinidad, de escuchar insultos al paso del Vía Crucis del Buen Suceso, de leer soflamas en más de un diario acerca de la titularidad de la Catedral o, para rematar el asunto, asistir a la temeridad (por no usar un término más grueso) de pedir cárcel para el primer prelado de la diócesis, atendiendo a la memoria histórica.

Esto último sería casi como pedir la retroactividad de la ley desfavorable para el reo, a sabiendas de que la misma va en contra del propio derecho penal y sus principios informadores. Aunque en un estado judicializado ya nada sorprende.

En el otro lado de la balanza, contrapesan las actitudes irreflexivas de tantos nazarenos como en fotos y vídeos hemos querido, podido o nos han obligado a ver de esta pasada Semana Santa. Pedimos respeto y libertad, siendo los primeros que no dotamos de dignidad y realce a lo nuestro...

El cóctel lo aderezamos con peleas y carreritas en Sevilla que terminaron en la tensión que los vídeos muestran y en la eterna manía de restar importancia por parte de las autoridades. Al pueblo no se le puede contar todo no sea que se asuste o, quizá, se den cuenta de una vez de nuestra incompetencia ¿Quién sabe?








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