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sábado, 22 de agosto de 2015

Enfoque: Cobardes disfrazados de políticos


Guillermo Rodríguez. Pocas veces el Evangelio del día fue más adecuado a la hora de exponer una visión subjetiva de la actualidad en forma de enfoque. Dice San Mateo 23,1-12, “(…) no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen. Atan pesadas cargas y las ponen sobre los hombros de los demás, mientras que ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo (…)”. Esta actitud farisea es exactamente la que ponen en práctica los pésimos políticos que nos desgobiernan hoy en día. Personajillos que rara vez piensan lo que dicen y jamás dicen lo que piensan. Individuos que sistemáticamente tratan al pueblo al que presuntamente representan como a seres inferiores a los que torean (discúlpenme el verbo políticamente incorrecto empleado) a su antojo y manipulan o engañan como si no hubiese un mañana. Charlatanes que trasladan el esfuerzo del trabajo diario a sus semejantes, a los que consideran vasallos, mientras se dedican a vivir de nuestros impuestos sin dar un palo al agua.

El mal político no gestiona en función de lo que estima más adecuado para la población a la que hipotéticamente representa, sino que envía globos sonda en voz propia o a través de terceros para comprobar la reacción de la ciudadanía y reafirmarse o retractarse en función de ésta, culpando a los medios o a la mala interpretación de lo manifestado si es preciso. Eso es exactamente lo que vienen haciendo los inquilinos del ayuntamiento de Córdoba desde que sus irresponsables tomaron posesión de sus cargos el pasado mes de junio.

Lo hizo la Alcaldesa cuando indicó que expulsaría al Custodio de Córdoba (que lo es pese a quien pese, con cuadro o sin él) de la sede municipal. Tras contrastar la airada respuesta de buena parte de la ciudadanía a la que dice defender y representar, reculó vergonzosamente y se desdijo de lo amenazado (un malentendido, ya saben…). Luego, para contentar a la facción más radical (o radikal) de aquellos en los que se asienta su gobierno de no ganadores, sacó de la manga el ridículo As de pasear al Arcángel por diversos museo de la ciudad (toda una expulsión encubierta) tras una supuestamente necesaria restauración, tratándonos, como viene siendo habitual en la inmensa mayoría de los políticos que tenemos la mala suerte de tener que padecer, como a auténticos gilipollas. Si la señora Ambrosio tuviese lo que tiene que tener un gobernante, sacaría a San Rafael del Ayuntamiento porque su presencia chirría con su concepción laicista (que no laica) de ciudad, ateniéndose a las consecuencias en forma de rebelión en redes sociales, pérdida de votos en los sectores más centrados de su hipotético electorado y lógica exigencia de explicación acerca de por qué dedica ni un segundo de su gestión en semejante memez, con los “gravísimos problemas que arrastra Córdoba”, esos que iba a arreglar de un plumazo. Pero para eso hay que ser un político con mayúsculas y no un demagogo sin determinación ni valentía para hacer las cosas de frente.

El buen político mantiene sus argumentos cuando arroja chinitas desde la oposición y cuando toca gobernar, sin prometer utopías inalcanzables a sabiendas de que lo son, denominando a las cosas por su nombre y no pretende lograr la cuadratura del círculo queriendo jugar a ser el más progre de la clase a este lado del Guadalquivir para después comerse sus palabras por falta de arrestos o por haber engañado sin paliativos a sus electores. El cobarde disfrazado de político, insulta a quienes acuden al palco del estadio donde juega el equipo de la ciudad, haciendo un ejercicio del más deleznable y repugnante populismo barato, porque el representante de los ciudadanos debe estar donde corresponde por simple aplicación del protocolo (como algunos de su presunto espectro, eso sí en otras ciudades, han empezado a comprender al acceder al cargo, que pregunten en Madrid o Barcelona) y se indigna cuando el máximo responsable del club le pone en su sitio… fuera de ese palco que tanto rechazo le provoca.. entre aplausos del respetable.

El buen político no amenaza, como el señor Aumente, a un importante sector de la población a la que dice representar, con girar una tasa que supone la privatización de facto de un servicio público y se acojona con el rabo entre las piernas cuando la reacción de la ciudadanía evidencia la imbecilidad de sus argumentos. ¿Quién paga la presencia policial en las carreritas que domingo sí, domingo no, paraliza el tráfico de toda la ciudad? ¿Piensa suprimir la ingente partida presupuestaria destinada a la fiesta de fin de año de las Tendillas, que sólo interesa a una parte de la población? Tras impedir sabe Dios cómo a las cofradías que arrojen cera a la vía pública (que es de todos y no sólo de unos cuantos y cuyo mantenimiento soportamos todos con nuestros impuestos, que a veces parece que sólo pagan algunos) con el infantil argumento de que hay ciudadanos que resbalan y caen al suelo, ¿suprimirá los peligrosos pasos de cebra o los coches de Sadeco que con sus inundaciones selectivas de la citada vía pública (eso que algunos llaman regar) provocan que muchos motoristas demos con nuestros huesos en la calzada?. Aumente, otra vez, se retracta de sus palabras pero es incapaz de dar la cara en el mismo foro en el que ha sacado los pies del tiesto, sino que lo hace a través de una llamada privada, a oscuras, de espaldas a la ciudadanía, en una evidente falta de respeto a los ciudadanos a los supuestamente representa. Mucho están tardando quienes deberían hacerlo en exigirle que se retracte donde debe, en sede municipal o en su caso ante los medios. Por mi parte le sugiero que ya que parece no saber contar y se muestra incapaz de comprender cuando los costes son manifiestamente inferiores a los beneficios generados (o lo sabe y lo oculta), si realmente su obcecación contra los cofrades es la que parece, tenga la valentía de hacerlo de frente, a la cara, y que se atenga a las consecuencias democráticas que corresponda, o que abandone esta vía porque tragarse dos palabras de cada tres durante cuatro años, promete provocarle un empacho extraordinariamente desagradable.

Los buenos políticos, y no los aficionadillos de tercera, asumen su responsabilidad para materializar en forma de desarrollo programático aquello que prometieron a su electorado y no se esconden, como los representantes de Ganemos, como cobardes detrás del miedo a gobernar para no quedar retratados, en forma de negativa asamblearia, mientras ladran desde la orilla qué es lo que la verdadera izquierda debe hacer sin tener el arrojo necesario para hacerlo... y cobran de nuestros impuestos sin hacer nada para merecerlo.

Los buenos políticos, en definitiva, cumplen con sus compromisos, toman decisiones, actúan realizando lo que creen más adecuado en beneficio de la ciudadanía y asumen el riesgo de que el pueblo rechace, en su caso, su gestión y le retire el apoyo, por muy reducido que fuese en origen. Los cobardes disfrazados de políticos, insultan, amenazan, advierten y luego reculan, reculan y vuelven a recular… Y el colmo de la mala suerte es vivir en una ciudad donde los primeros brillan por su ausencia y los segundos nos gobiernan…













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