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jueves, 24 de marzo de 2016

La Crónica: Querer es poder


Blas J. Muñoz. No nos referimos a lo meteorológico, pues desde que la Piedad de las Palmeras declinó la media hora y dispuso su cortejo, ya se sabía que el tiempo al fin había cambiado. En poco más de horas las hermandades se echaban a la calle y la función efímera de fe y piedad popular había comenzado. Sayones de Pozoblanco tocaba Eternidad y daba cuenta de que nos hallamos ante una gran banda. Una formación que suena potente y que afinó cada acorde camino de la Catedral.

Y en la Catedral estuvo el centro de todo. Había ganas de contemplar cofradías frnte a la Custodia de Arfe, la reivindicación y los meses de negociaciones hasta el último momento merecían el broche necesario y, así entró el Perdón por el arco que lleva su nombre. La hermandad que dirige Fernando Castro caminaba seria, de la mano de su capataz y de los clásicos sones de Coronacón, demostrando que, avanzados los años, ha encontrado el término medio de su propia medida. Mi Amargura recibió al Rocío y Lágrimas; su nuevo palio comienza a cobrar las formas y el conseguido número de nazarenos en su tramo de Virgen da cuenta de que el camino es el correcto.


La Hermandad de las Palmeras continuó la escena sin solución de continuidad y Santa María de la Asunción era más que un templo, una bandera de, al menos, la parte más numerosa de la ciudad que no está dispuesta a negar su historia y a la misma se suman cofradías que vienen de lejos para atestiguar su esfuerzo. El mismo que se echó en falta en los responsables del cortejo de la Paz que no supieron dar la medida de las circunstancias y propiciaron un retraso notable. Lástima que en los últimos años el foco en esta magnífica cofradía se acabe poniendo en los responsables de un cortejo que una vez tras otra demuestran que no están capacitados para sacar una cofradía a la calle en lugar de en sus dos Titulares y en sus cuadrillas que, más allá de consideraciones subjetivas, brillan muy por encima de quienes se empeñan en destrozar el cortejo cada Miércoles Santo.

Muy buen nivel el demostrado por la Sociedad Filarmónica de Pilas y evolución positiva con respecto al año previo de Rosario de Linares, si bien creemos que teniendo en Córdoba una banda del calibre de la Banda de la Salud, que interpreta el mismo estilo que se le debe pedir a una banda de cornetas que toque tras el Misterio del Rey de Capuchinos, es absolutamente innecesario buscar fuera a lo que existe en casa y con un nivel superior.


Sin embargo, y pese a que las tres hermandades restantes lo padecieron, la jornada continuó por los derroteros de la Vía Sacra y con el Señor del Calvario accediendo al templo mirando a la Luna de Nisán. El Nazareno dulce de San Lorenzo y la Virgen del Mayor Dolor dejaban la estampa de otro tiempo y, mientras los contemplaba, la sonrisa franca de un amigo no pudo dejar de venirme a la memoria. Memoria que se materializó en la Hermandad de Pasión y en la extraña sensación de verlos desfilar ante el altar sin acceder a la arquería como han hecho durante décadas. La Virgen del Amor llegaba hasta el punto señalado con la expectativa de un nuevo palio y de una nueva ciudad que ya se retomaba.


Y la Misericordia retomó el tiempo y se lo guardó para sí al entrar al Patio de los Naranjos. Frente al altar Réquiem y la garganta se hizo un nudo recordando a José Carlos Larios. Fueron momentos inexplicable. Elegancia, sentimiento, cuidado y esmero hablaban mejor de la hermandad de San Pedro que cualquier palabra que yo les diga. Caído y Fuensanta se hacía eco de esa sobriedad, proclamando unos sones que cualquiera hubiera hecho suyos. Y la cofradía de la Basílica demostraba el porqué de su apelativo. Silencio Blanco en mayúscula.


Un conato de pelea con banda de por medio, nazarenos sentados en la terraza de un bar, parones y chaquetas no deslucían el capítulo que Córdoba estaba escribiendo, justo en el corazón de su Judería. Estaba ofreciendo la crónica de su historia con una altura pocas veces ensoñada. Me fui a la cama del Jueves Santo con los mismos sinsabores, pero con el regusto inigualable de saber que un paso definitorio ya se ha dado.



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